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Contra los fascistas en la UBA

Entrevista a Federico Schuster, decano de la Facultad de Ciencias Sociales
'Necesitamos poner a la UBA en estado de debate'
Por: LAVACA (Fecha publicación:18/04/2006)

El decano de la Facultad de Ciencias Sociales es uno de los principales
opositores a la candidatura del polémico Atilio Alterini al rectorado de la
Universidad de Buenos Aires. "Simbólicamente sería un desastre", subraya.
Pero no sólo se opone porque el abogado haya trabajado para la última
dictadura militar, sino también porque -asegura- encarna el retorno del
período más oscuro, encarnado por las prácticas políticas que trafican con
los recursos universitarios. En esta larga entrevista, Schuster cuestiona a
la dirigencia universitaria. "Los cargos responden a una lógica
mercantil-clientelar. Se venden votos por secretarías". Dice que entiende a
los alumnos que impiden sesionar a la Asamblea, que hace falta reformar los
estatutos y abrir canales para que todos participen. Se hace cargo de que
los sectores de izquierda no lograron construir una alternativa y asegura
que en la mayor casa de estudios de la Argentina no hay conciencia de lo que
pasó en 2001. También lanza una advertencia: "Si, como marca el clima,
Alterini triunfa, puede haber un problema de gobernabilidad. No hay nada
peor que darle la espalda al conflicto. La universidad no se puede permitir
quebrarlo con violencia. Sería cruzar un límite".

-¿Por que la universidad más grande del país no puede elegir su rector?

-Hay cuestiones de fondo y otras de superficie, que aún así son
muy importantes. El espacio que gobernó la universidad durante 16 años,
entre 1986 y 2002, más precisamente la Franja Morada, se reagrupó en el
último tiempo y logró convencer a mucha gente de que ganará el rectorado.
Sobre esa base hicieron alianzas bastante amplias. Muchos que no pertenecían
a ese espacio se sumaron porque también se convencieron de que ganaba el
neoshuberoffismo. Colocaron como candidato a Atilio Alterini, el decano de
la Facultad de Derecho. Hace unos dos años comenzó a circular la información
de que Alterini había sido juez en la dictadura y que después ocupó el cargo
de Director General de Asuntos Jurídicos de la Municipalidad de Buenos Aires
en 1981 y 1982. Comenzó todo un debate sobre si era un cargo laboral menor,
justificable en los términos de un abogado que necesita vivir, o si era un
cargo de importancia política que lo hace responsable de alguna complicidad
con Osvaldo Cacciatore y Guillermo Del Cioppo, los intendentes de la
dictadura. No se ha comprobado que haya intervenido en casos delicados, pero
hay un debate moral, porque se trata nada menos que del rector de la
Universidad de Buenos Aires, que encima asumiría en el año en que se
conmemoran los 30 años del golpe de Estado. Simbólicamente es casi un
desastre.

¿Estas serían las razones de superficie?

-Son las razones porque las que se han movilizado fuertemente los
estudiantes. Es una cuestión ético-política. A eso se suman sus reclamos
históricos respecto a la necesidad de reformar los mecanismos de
representación universitarios. Y detrás de este debate está el regreso de
los jóvenes shuberoffistas, no ya de (el ex rector Oscar) Shuberoff. Aclaro
esto porque una cosa son los jóvenes controlados por un jefe y otra son los
jóvenes desbandados. Mi impresión es que pueden llegar a ser peor. Los
nombres que se mencionan para acompañar a Alterini en el rectorado son
preocupantes, han sido las segundas líneas y en algún caso las primeras de
la gestión de Shuberoff. Eso es muy grave, porque en 2002 dentro de la
universidad se le dijo que no a ese espacio. También fue un clamor de muchos
sectores sociales que opinaban que la Universidad no podía seguir así. Sin
duda que todavía hay mucho que corregir y hay que llevar adelante un
proyecto diferente, pero lo primero que hay que saber es que eso no puede
volver. Aunque aparentemente volverá.

-Eso también habla de las limitaciones de los que desplazaron a la Franja
Morada.

-Parece que sí, que no ha podido construirse una alternativa en estos cuatro
años.

-¿Por que no se logró?

-No hubo, desde la conducción de la Universidad, una capacidad de generar un
espacio colectivo, imprescindible para conducir en política. Acá no se pudo
hacer, en parte, porque la Franja Morada había sido tan negativa que la
propia idea de un espacio colectivo había quedado deteriorada. Entonces, no
se construyó ese espacio ni desde la conducción de la universidad ni desde
los que veníamos de posiciones de izquierda. Debemos asumir de manera
autocrítica que no fuimos capaces de generar en cuatro años un espacio de
discusión y referencia. En todos los claustros: profesores, graduados,
alumnos. Hay responsabilidades de muchos, por acción o por omisión. No
supimos o no pudimos. Y si uno deja un vacío, lo ocupan otros. En este caso,
los que tenían fuerza, Después de 16 años ocupando el poder, el
shuberoffismo posee un montón de lugares técnicos y desde allí se construye
poder, se maneja información.

- Pero usted hablaba de otras razones del conflicto, más profundas.

-Hay una cuestión todavía mas de fondo. En los 16 años de Shuberoff se ha
deteriorado tanto la dirigencia universitaria -tanto en el rectorado como en
las facultades-, que a veces me pregunto hasta qué punto el malestar sobre
la representación es central respecto de las formas de la representación
(cantidad de representantes de claustros) y hasta qué punto el malestar no
está en el contenido de los representantes, en quiénes son. Todo se compra y
se vende. Las personas van ocupando cargos políticos porque cambian votos
por secretarías, los cargos de dirección tienen más que ver con una lógica
mercantil-clientelar que con una lógica político-académica. En tanto no
podamos cambiar eso, no cambiamos la universidad. Los estudiantes que ven
eso son los que protestan.

-¿Los estudiantes que ven eso son los que protestan o los que se manifiestan
con la indiferencia? A veces, da la sensación que algunas agrupaciones
estudiantiles se manejan con esa misma lógica mercantil-clientelar.

-Es verdad, algunas sí. Pero no todas. Hay problemas de legitimidad en la
representación estudiantil. Pero creo que hay un malestar general en la
Universidad del que no nos estamos haciendo cargo. Por eso surge mi idea de
poner a la Universidad un año en debate. Llamemos a una asamblea para
debatir el estatuto dentro de un año, pero en el medio hagamos congresos,
foros, todo lo que haga falta para generar un debate en serio. Será nuestra
responsabilidad garantizarlos, porque muchos no querrán hacer nada.
Necesitamos poner a la UBA en estado de debate. Me parece que la universidad
no se repensó en el 83-84.

-¿Qué cosas quedaron obsoletas?

-El estatuto es del año 58, cuando ésta era otra Universidad. No era masiva,
había mucho menos docentes, no había tantos auxiliares ni docentes sin
concursos. Hay que encontrar una salida a los docentes interinos que son
muchos y no votan. Los estudiantes quieren más representantes y seguramente
los profesores tendremos una posición distinta, pero hay que discutirlo. Hay
que ver también si se incorporan los no docentes al cogobierno. Este es otro
país y necesita refundar la Universidad, pensar cuál es su sentido hoy. Hay
que ver cómo generamos mecanismos para sacar la lógica mercantil de la UBA.

-¿Cual debe ser para usted la misión de la universidad de hoy?

-Debe construir herramientas de conocimientos para el país y para el pueblo.
Contribuir tanto a nivel de Estado como de las organizaciones sociales, para
que mejoren sus prácticas.

-¿Y qué tan lejos estamos?

-Hoy es un poquito eso, en algunas áreas, pero por otro lado quedó atrapada
en una lógica de supervivencia: ante la falta de presupuesto encontró
mecanismos para conseguir dinero que en realidad la deterioran. Se invierte
la lógica de la extensión, en lugar de producir conocimientos para las
necesidades sociales nacionales y populares, se utiliza para conseguir plata
para sostener la Universidad. Eso trajo grandes perjuicios, porque en
algunos casos se utilizó para mantener mejor las aulas, pero en muchos para
dar contratos políticos, comprar votos. Por un voto te garantizan un
contrato de asesor.

-Esas prácticas son las que sirven para alimentar el latiguillo, despectivo,
que dice que a la Universidad no se va a estudiar sino a hacer política.

-¡Y hay que hacer política! Lo que no hay que hacer es confundir lo que fue
la utilización de la Universidad para financiar cuadros partidarios con la
política misma. Los miembros de la Universidad tienen todo el derecho del
mundo a pertenecer a un partido político, lo que no se puede es usar la
institución en beneficio de ese partido. Pero hay que hacer política, porque
no se construye la Universidad sin política. Eso supone un conjunto de
personas que se reúnen y se preguntan qué vamos a hacer. Y para eso hay que
juntar fuerzas, sumar apoyos... El problema es cuando la política se
mercantiliza, como ocurrió con los cuadros de la Franja Morada, que ya ni
siquiera sé si responden a un proyecto partidario o a sus propios intereses.

- ¿La universidad reproduce a la dirigencia política nacional o en la
universidad se aprende esa manera mercantil de gestionar el poder?

-En el origen fue una reproducción del afuera hacia adentro. Después,
algunos de los cuadros formados en esta Universidad fueron dirigentes de
importancia en el gobierno De la Rúa. Lamento decir que no se destacaron por
sus servicios a la Patria. Pero creo que en principio, la universidad fue
una herramienta al servicio de proyectos de grupos del interior del
radicalismo. Pero hoy la Universidad está atrasada respecto del país. Más
allá de los acuerdos o desacuerdos que tengamos con el actual gobierno, el
efecto 2001 tuvo más impacto a nivel nacional que en la Universidad. Creo
que la mala política universitaria se recompuso más rápido.

-¿Por qué cree que se da ese atraso?

-En la Universidad no hubo conciencia plena del impacto del 2001. Muchos
dirigentes pensaron que no les tocaba, porque se trataba de un mundo
académico.

-¿La academia sigue divorciada de la sociedad?

- Lo discutí con otros decanos, muchos de ellos muy buenas personas. Sin
embargo, se enojan mucho cuando se los cuestiona y se los mira con lupa. Yo
digo que nosotros también somos dirigentes y estamos afectados por el
descrédito general a toda la dirigencia política. Y nos tenemos que hacer
cargo de eso. Tenemos que asumir que nos tocó este tiempo y no importa si
somos o no honestos. Hay que demostrarlo y aguantar que no nos crean.
Alguien me decía: 'Yo soy honorable, no voy a permitir que alguien dude de
mí'. Lamentablemente hoy hay que permitir que la gente dude de uno, hay que
invertir la carga de la prueba.

-Usted dice que la mala dirigencia universitaria se reconstituyó
rápidamente. Pero también es verdad que la asamblea universitaria no puede
sesionar. Eso podría leerse como una vigencia del clima social del 2001.

- De alguna manera el poder eyector del 2001 perdura. Ahí hay una puja entre
esos dos intereses. A mi me toca ser actor y como tal tengo una
responsabilidad institucional. Por eso digo que la asamblea debe hacerse.
Ahora, al mismo tiempo, soy un analista político: ahí hay una situación que
la universidad debe asumir y no quiere. Esto de llamar a la policía, cortar
el conflicto... no hay nada peor que darle la espalda al conflicto. Hay que
entenderlo y asumirlo. Independientemente si uno está de acuerdo o en
desacuerdo.

-¿Para usted es legítimo que los alumnos impidan la asamblea?

-Es una actitud entendible. Por responsabilidad institucional me cuesta
pensar que la asamblea no pueda hacerse. Pero el otro día, nuestro
candidato, Alberto Koremblit dijo: 'Malo sería que en una situación así los
estudiantes no protesten, estaríamos indicando que la Universidad no tiene
defensas'. Comparto esa idea. Después viene el problema de cómo convertir el
problema en política, cómo generar un espacio político que construya. Pero
es evidente que esto expresa algo que está mal. Aún cuando se solucione la
crisis coyuntural, si no asumimos la crisis de fondo esto se va a repetir
una y otra vez. Alguien se puede horrorizar, pero el conflicto es parte de
la vida de cualquier institución. Peor sería que la universidad se fuera en
picada y no hagamos nada para evitarlo.

-¿Y cuál es entonces la legitimidad de la Asamblea?

-La asamblea hay que aceptarla porque ha habido elecciones y todos hemos
sido electos en este sistema. Me parece difícil no aceptarla. Por otro lado
hay que hacer pie político para pensar cómo se democratiza esta Universidad.
Lo que pasa es que tampoco hay unidad en qué hacer para eso. No nos hemos
sentado a pensar qué hacer. Hay militantes estudiantiles que quieren una
cosa, otros otra...Nosotros pertenecemos a otro claustro.

-¿Para dotar de más democracia a Universidad alcanza con cambiar las
proporciones de representantes?

-No. Hay enormes distancias en los espacios de representación y los de
participación. Hay distancia del aula a las juntas de las carreras, de la
carreras a los consejos directivos, de los consejos al Consejo Superior. Y
la Asamblea parece un mundo totalmente ajeno. Hay que buscar mecanismos que
permitan a estudiantes, docentes y no docentes, tener espacios de consulta y
participación más directos, para que su voz se escuche. Si no, parece que se
reúne un grupito, decide la vida de la Universidad y los demás se enteran
por los diarios. Además, la participación tiene la contracara de la
responsabilidad. Si uno convoca a toda la comunidad a participar, la obliga
a hacerse responsable de las decisiones que toma. Hay que crear espacios que
permitan participar de la toma de decisiones. No es agradable sesionar con
gente gritándole en la espalda a un consejo directivo, pero a veces la
sensación es que es la única manera de expresión que tienen.

-Llama la atención que después de todos los homenajes, actos y programas
televisivos por los 30 años del Golpe nadie haya tomado -ni siquiera en la
Universidad- el caso Alterini para debatir el rol de la sociedad civil en la
dictadura, sin que esto signifique necesariamente una caza de brujas.

-Hay que tener cuidado con la caza de brujas, hay que tener cuidado de no
hacer lo mismo que ellos. Yo soy cauto en el caso Alterini, pero le exijo
que sea absolutamente claro, transparente y enfático. No puede dejar ninguna
duda de haber sido cómplice de ningún acto ilegítimo de la Dictadura. Y si
no puede, aunque sea como contribución patriótica, que dé un paso al
costado. Y si no, que dé la cara, que diga porque trabajó allí, que explique
paso a paso lo que hizo, que no tomó ninguna decisión que afectara a nadie.
Tiene que demostrarlo.

-¿Pero por qué cree que no se debate en serio el tema del rol de la sociedad
civil en la dictadura?

-Es verdad, en los medios de comunicación no pareció importar demasiado eso.
No sé bien por qué. Pero para la universidad que sufrió desapariciones, y en
el momento de los 30 años del golpe, es muy simbólico que se elija a este
rector. Puedo tener mucha predisposición para entenderlo, pero hay momentos
donde uno tiene que hacer renunciamientos personales. Nosotros, de todas
formas, vamos a discutir un punto del reglamento interno de la Asamblea que
permite plantear la cuestión de las cualidades éticas de los candidatos. Si
la Asamblea se hace vamos a dar el debate, porque ¿en qué medida la
Universidad no queda expuesta ante la sociedad con una decisión como esta?

-Llama la atención que a la mayoría de la Asamblea Universitaria le resulte
indiferente este debate.

-He hablado con alguna gente de ese espacio, no con los más acérrimos. No me
han querido contestar mucho, pero me dijeron que no quieren acusar
indebidamente y que Alterini les ha dado una explicación. Dicen que le creen
y de esa forma cierran el debate. Ahora Alterini sacó una solicitada, donde
se defiende, pero da la impresión que no aborda las cuestiones profundas.
Dice que tenía necesidad de trabajar y que no tomó decisiones de ningún
tipo. Sé que alguna gente cercana le estaba pidiendo fuertemente que saliera
a dar explicaciones. Pero el debate hasta aquí no se dio.

-Eso también habla del estado de la universidad.

-Sí, sí. Más allá de que siempre decimos que la universidad está mucho mejor
de lo que podría estar. Ha sido destruida por la dictadura y después sufrió
la falta de atención estatal. La universidad se sostiene milagrosamente.
Pero todavía hay docentes en las aulas con ganas de dar clase, todavía hay
gente que investiga y produce conocimiento, todavía hay espacios para
enorgullecerse. Pero hay una gran distancia entre esos espacios de base de
los que podemos enorgullecernos y los niveles de toma de decisiones. De eso
tenemos que hacernos cargo.

-¿Que posibilidad le ve a su convocatoria para reformar la universidad
dentro de un año ?

-No encuentro demasiadas razones para ser optimista. Pero al mismo tiempo
quiero creer que en los espacios que aun están vivos, que vienen de abajo.
Puede terminar instalándose como una salida de compromiso. Después será
responsabilidad nuestra que eso se materialice. Hay que convertir esta
energía de resistencia en una fuerza política que discuta la universidad.
Ahí también, en los sectores estudiantiles de la llamada izquierda, tiene
que haber una voluntad de abrir el debate mas allá de los intereses del
grupo. Te digo una confidencia íntima. Más de una vez salí del Consejo
Superio pensando que a esta Universidad había que cerrarla un año y
repensarla toda. Enseguida me contestaba que no se podía, que sería un
desastre. Ahora se me ocurre otra idea: no hay que cerrarla, sino abrirla.
Abrámosla un año, tengamos un debate profundo en todas las facultades,
démosle un aire asambleario, con debates en el rectorado, en las facultades,
en espacios públicos, llamemos a las organizaciones de la sociedad para que
nos digan qué les da la universidad y qué no les da. Revolucionemos la
universidad.

-Volviendo a lo coyuntural, ¿el martes hay humo blanco?

-La verdad es que no sé. Estamos tratando de construir una alternativa
política viable. Para eso hay que juntar a gente que piense un poco menos
parecido y sumarla a este proyecto. Gente que no piense como los
neoshuberoffistas, pero que le tenga un poco de miedo a la transformación.
La decisión que tomemos va a ser dramática. De lo que hagamos depende el
futuro de la universidad. No podemos volver a equivocarnos, el error del 86
fue demasiado caro.

-Si finalmente Alterini es electo, ¿podrá gobernar con tan escasa
legitimidad?

-Puede llegar a haber un problema de gobierno. Si gana Alterini no sé si el
conflicto se termina el día después. Tendrán mayoría en el Consejo Superior,
pero serán una especie de plato volador en el conjunto de la Universidad. El
conflicto va a llegar por más que ganen todas las votaciones. Esa idea que
no se entendió en la democracia Argentina que terminó desembocando en el
2001 tampoco se entiende en la Universidad. El grave error de comprensión
política fue cosificar la representación. El representante asumía en su
propio cuerpo toda la representación. Hiciera lo que hiciera, tenía el
mandato. Pero no es así. Uno tiene el mandato parcial y día a día hay que
rendir cuentas. Si no, aparecen las movilizaciones, las protestas. No puede
ser ese argumento de esperar a las urnas la próxima vez para castigar. No:
hay que rendir cuenta todos los días y bancarse que los miembros de la
comunidad las exijan. Toda la experiencia de los estudios de conflicto
indican que la peor respuesta es darle la espalda o quebrarlo violentamente.
Darle la espalda es una actitud soberbia, anularlo autoritariamente es
cruzar una línea que no se puede permitir la Universidad.


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