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la calle por O. Bayer, el feroz historiador

La calle

Por Osvaldo Bayer

Después de los años del oprobio, nuestra gente argentina parece haber
aprendido algo de conducta democrática. Salir a la calle. Hay ya en nuestras
ciudades un poco o bastante de protagonismo de las masas, factor ideal para
hacer conocer y exigir el respeto por los derechos de todos. Es una buena
muestra de coraje civil y de responsabilidad por la propia sociedad. Si
miráramos a nuestro país desde una visual planetaria veríamos hormiguitas
que salen de todos lados con pancartas y banderas y forman columnas. Señal
que la democracia camina, pero para eso hay que empujarla. Pero claro,
reprimir desde el poder esas salidas muestra claramente que hay algunos
políticos o, llamémoslos en el lenguaje de ellos, "autoridades", que
desconocen ese legítimo derecho. Se ponen nerviosos. Y llegan a agredir
hasta a los docentes. Como acaba de hacer Sobisch, el gobernador de Neuquén,
que consumó un bajo delito: atacar a nuestros maestros con balas de goma,
gases y palos policiales. No, señor Sobisch, aunque usted quiere llegar a
presidente aplaudido por esa derecha que apoyó la desaparición de personas y
que acaba de higienizar la estatua de Roca. No, hay un principio en todas
las sociedades con sentido de respeto a los maestros. El "Jamás agredir a
los docentes". Pegar a los maestros es como pegar a los niños. Los maestros
son parte del sentimiento de cada uno de los hogares. Meterles balas -que
aunque sean de goma humillan tanto como si fueran gargajos- es una bajeza,
es ser pegador, como esos maridos que pegan a sus mujeres.
A los maestros, nunca, Sobisch, nunca. Tómela para el futuro como primera
regla de ética de su gobierno. En vez de la conversación democrática, palos
para los maestros, esas segundas madres y padres de todos nosotros. Además
de la vejación que significa tener que huir ante los palos de esa policía de
la oferta y la demanda. Y a los uniformados también hay que decírselo:
pegarles a los maestros con la baja cobardía del palo, señores policías, es
como si hubiesen agredido a sus propios niños. Pregúntenles a sus propios
hijos, señores comisarios, oficiales y agentes, qué opinan cuando ustedes
les pegan a los maestros de ellos. Lo mismo hizo Romero, el Juárez de Salta.
Su acto más rutilante fue el pegarle a los maestros salteños. Palo y palo, y
apretar el gatillo. Cuentan testigos que policías salteños les tiraban
balazos de goma en las nalgas a las maestras mientras funcionarios de
corbata sonreían deleitados desde las ventanas.
Sobisch quiere llegar a presidente. Ya están los símbolos que lo acompañarán
en su campaña electoral. Si comienza así podríamos pensar que puede llegar a
enviar tanques de guerra a derribar escuelas porque debe estar allí el
enemigo. Como Sobisch mandó a arrastrar la carpa de los docentes, todo un
símbolo de la protesta democrática. La carpa fue arrastrada ante la risa de
policías y sobischistas y luego despedazada. En vez de la palabra, el látigo
de los pegadores.
Pero ni los palos ni las balas a los docentes va a atemorizar al verdadero
pueblo protagonista de la democracia. Recupero siempre los carteles que vi
en Cutral-Có, en aquellas bellas patriadas: "Cutral-Có 2; Gendarmería
Nacional, cero". El pueblo desarmado corría hasta más allá de las últimas
casas a la Gendarmería armada para el combate.
Hace bien la democracia, la tan maltratada, en recorrer las calles y las
rutas de nuestro interminable paisaje. También en Lomas de Zamora con un
legítimo pueblo joven acampado frente a los juzgados donde se juzga a los
monstruos de la bala para matar la protesta.
En esas calles está la verdadera gente que puebla esas fronteras. "Si no
estuviésemos acampando aquí día y noche, ya la justicia que conocemos
hubiera pasado a cuarto intermedio hasta dentro de tres o cuatro años", me
dice un joven que apunta sobre un lienzo un "Justicia legítima para nuestros
hijos del pueblo: Darío y Maxi".Un grupo compacto se ha sentado en el suelo
para seguir un seminario sobre "Represiones a movimientos populares en la
historia argentina". Quieren saber. Desde ese Roca con su perversa ley 4144
llamada "de Residencia", hasta las valentías de Romero y Sobisch.
Pero además los pueblos patagónicos preparan una gran marcha contra la
minería del oro en la región. Ya las distancias no son impedimento: se
convocaron vecinos de Bariloche, Esquel, Puerto Madryn, Ingeniero Jacobacci,
Maquinchao, Patagones, Viedma, El Bolsón, organizaciones estudiantiles y de
los pueblos originarios, "para avanzar en la unificación de los esfuerzos
con distintos sectores que pelean por un mundo distinto, un mundo para
todos, que deje de ser explotado por los mismos poderosos de siempre".
Contra el oro y su cianuro.
Y Cromañón no se rinde. El dolor los hizo valientes. La nobleza del cariño
les dio brillo a sus rostros: madres, padres, hermanos, novios. Contra el
país de la coima y las irresponsabilidades, de la criminal falta de
honestidad. Esa batalla se va a librar entre el sentimiento de justicia y la
sociedad corrupta, que finalmente va a quedar al desnudo. Aunque no renuncie
nadie.
Los que luchan son los que impregnan la historia de verdades. Los otros
mueren para siempre. Veamos en qué terminan los criminales de la
desaparición de personas. El almirante Massera le enseña a sus hijos hasta a
robar. No sólo matar a las víctimas, sino quedarse con todas sus posesiones.
El jefe de nuestra Marina de Guerra. En cambio, a Paco Urondo, en los
próximos días, su provincia Santa Fe le hará un gran homenaje a su memoria.
El poeta luchador que fue muerto por los balazos de los sirvientes del
sistema injusto. Su nombre va a quedar para siempre en las calles
santafecinas. Mientras sus asesinos acabaron ya en el séptimo infierno del
olvido y la vergüenza.

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