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la opinion de Hugo Presman



El gobierno adultera los índices del INDEC, con el fin de escamotear la inflación real y evitar la estampida de la fracción de la deuda pública actualizada por el CER ( Coeficiente de estabilización de referencia). Este indicador refleja la evolución de la inflación, para lo cual se toma como base de cálculo la variación registrada en el Índice de Precios al Consumidor (IPC),

La oposición levanta el fantasma de la inflación exagerando la situación en donde mezcla aumentos reales estructurales con otros coyunturales como el precio de ciertas verduras o frutos, consecuencia de un invierno durísimo que quemó algunas cosechas. En el caso del tomate la cosecha bajó de 280.000 a 220.000 tn.

El gobierno dice que el índice de costo de vida del INDEC es perfecto. Expresión tan exagerada como la de algunos referentes de la oposición que amenazan con un estallido inflacionario incontenible. El índice de precios al consumidor tiene el valor de obtener mes a mes comparaciones homogéneas pero no precisamente el atributo de la perfección. Ni acá, ni en ninguna parte del mundo puede diseñarse una canasta única que mida en forma universal la composición de los consumos con prescindencia de los estratos sociales. Es obvio que la incidencia de rubro alimentos es muy diferente en alguien que gana doce mil pesos que en otro que apenas llega a los novecientos pesos. Además difiere significativamente la composición de sus consumos. De manera que es un instrumento de análisis económico usado en forma generalizada haciendo salvedad de las distorsiones que habitualmente padece. De ahí que el calificativo de perfecto, incluso antes de la intromisión para hacerlo dar, no lo que resulta, sino lo que se necesita, es una exageración oficialista. Pero los índices aparentemente más cercanos a la realidad manejados por la oposición darían un guarismo anual de alrededor del 20%, implica que debe ser tomado en cuenta y tratado seriamente pero muy lejos de encontrarnos en una situación ingobernable. Muchos de los sectores de la oposición con su ejército de ocupación representado por gestores de negocios llamados gurúes, buscan montarse sobre el caballo de la inflación de sensible y justa memoria en la conciencia colectiva para solicitar la aplicación de su receta única de ajustes, recortes en el gasto público, congelamientos de salarios, aumentos de tarifas, apertura de la economía, endeudamiento con supervisión del Fondo, alineamiento incondicional con EE.UU, alejamiento de Chávez, pago de los acreedores no presentados en la renegociación de la deuda. Por un extraño razonamiento, más misterioso que la inmaculada concepción, los aumentos de salarios son siempre inflacionarios mientras que los de tarifas son inocuos. Pero no se le puede pedir sensatez a los que siempre esgrimen la racionalidad de “la mano invisible del mercado” y que los asalariados y sectores afines esperen que el derrame los incorpore al jolgorio de los ganadores.

Debe aclararse entonces que el problema existe, sin haberse descontrolado, siendo subestimado por el gobierno por razones obvias y utilizado por la oposición como argumento principal de la campaña electoral. La muy lenta recomposición de ingresos y lo ajustado de estar por encima o debajo de la línea de pobreza produce que un incremento real de 2 o 3% mensual lleve a que miles y miles de personas pasen de una a otra situación.

Fue el economista Javier González Fraga, ex presidente del Banco Central durante el gobierno de Carlos Menem y hoy integrante del equipo de Roberto Lavagna quién desmintió a su candidato presidencial diciendo: “No hay que hacer un drama por el tema de la inflación”

Como no se discute la estructura absolutamente oligopolica de ramas enteras, que el gobierno parece ignorar y sectores de la oposición representan, el meollo de la cuestión se soslaya. Muchos menos se sincera que la inflación es una de las formas en que se exterioriza la lucha por la distribución del ingreso a través de la cual el capital trata de por lo menos mantener o incrementar su tasa de ganancias. O que como afirma el economista Carlos Leyba: “Los cinturones verdes de las grandes ciudades- es histórico- están siendo empujado por los countries y por el arriendo de la soja a 450 dólares la hectárea, sin contar el efecto biocombustible”

Es por eso que en lugar de discutir las causas se analiza lo más pedestre de las consecuencias y se termina discutiendo la disparada del precio del perejil o la suba del tomate. Con programas radiales y televisivos que le dedican horas y horas al valor en las góndolas de la lechuga o de la papa, en un tono dramático, como si se tratara el desembarco de los ingleses en las Malvinas atravesando el estrecho de San Carlos. Con señoras que ejercen de periodistas obsesionadas por los precios las cuales posiblemente nunca pisaron un mercado, porque envían a recabar información a su empleada. Que se conduelen por los pobres afectados por la inflación a los que quieren ver lo más lejos posible.

Hace unas décadas el tomate era estacional. No existía en algunos meses del año. Nadie nunca hizo una manifestación para su aparición permanente ni ninguno de sus consumidores actuales que teatralizan su desesperación acuñaron la consigna: “Tomate o muerte”. Justamente cuando el tomate se pudo comer durante todo el año, en la mayor parte de los casos pasó a ser un no- tomate. Algo parecido al vaciamiento de las ideologías. Tiene aspecto y forma de tomate y un sabor inexistente.

En determinados horarios algunos periodistas parecen repositores de supermercados. Es el momento en que el periodismo es una verdulería. Y la política en lugar de ser un instrumento para mejorar la sociedad es pura verdurita. Parece que vivimos una época en que la política y el periodismo agarraron para el lado de los tomates, que es una forma de estar del tomate.



12-10-2007





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