La crisis capitalista
Crisis global
Ramón Fernández Durán, Luis González Reyes y Luis Rico García Amado
El Ecologista
www.rebelión.org , 15/4/11
El tinglado de la economía financiera
Ramón Fernández Durán, Luis González Reyes y Luis Rico García-Amado son miembros de Ecologistas en Acción.
Ciertamente entender todo lo que está ocurriendo en la crisis actual no es sencillo. Para comprenderlo se hace necesario mirar a las bases sobre las que se sostenía (más bien levitaba) la gran burbuja financiera que en estos meses está estallando. Pero no sólo eso, también hay que analizar su relación con la economía productiva y el entorno natural.
Lo primero que hay que aclarar es que la economía financiera es la que crea dinero a través de la especulación con el dinero, no mediando la producción de algo que luego se vende, es decir, sin que exista casi ningún intercambio de materia, trabajo y energía. En la economía financiera, por ejemplo, yo compro acciones de Telefónica a 20 euros y las intento vender a 45, obteniendo con ello un beneficio sin haber aportado nada a la sociedad.
El nicho natural de esta economía son la bolsa y los distintos tipos de paraísos fiscales, la banca de inversión uno de sus agentes. En la bolsa hay dos tipos de mercados, uno es el primario, donde se comercia con acciones (“trozos” de una empresa), deuda privada y pública (el dinero que piden prestado las grandes empresas y los estados para acometer sus inversiones y gastos), materias primas y alimentos (es allí donde se les pone el precio final, no en los lugares de producción) y, sobre todo, monedas (compraventa de distintas divisas). El segundo mercado es el secundario, dominado principalmente por los productos “derivados”. Éstos son “futuros” (comprar el derecho a adquirir algo dentro de x tiempo por y euros), “opciones” (comprar la posibilidad de adquirir algo por y euros en x tiempo) y complejísimos instrumentos financieros derivados del mercado primario.
Todos estos productos tienen una relación directa con la economía productiva y con la realidad político-monetaria. Por ejemplo, la deuda pública tendrá que ser a un interés tanto mayor cuanto menos “fiable” sea el país (como es el caso de Islandia ahora, donde los tipos de interés han subido al 18% frente al 3'75% de la zona euro). Recordemos que la deuda pública se devuelve con los impuestos que paga la población y otros ingresos. Otro ejemplo es el valor de las monedas, que es el que determina la capacidad de compra internacional de un país (por ejemplo de petróleo) y su capacidad de devolución de deuda (que suele estar emitida en dólares o euros). Y no debe olvidarse la enorme responsabilidad de la especulación financiera en el encarecimiento de los alimentos que ha supuesto una crisis alimentaria global sin precedentes.
Cuando en bolsa se compra cualquier cosa es porque se tiene la expectativa de que ese valor va a subir y proporcionar beneficios con su posterior venta o mediante el pago de dividendos. La bolsa es un casino en el que yo confío en que voy a ganar con mi apuesta. Una de las cosas que se ha quebrado ahora es justo eso, la confianza. Esta es la clave para entender cómo funciona la economía financiera: la confianza de que el valor adquirido subirá.
También es importante comprender que el sistema funciona a crédito, nadie paga con su dinero disponible sino con préstamos que, en realidad, son préstamos sobre préstamos que además llevan aparejados interés compuesto. Por ejemplo, el BCE deja dinero al Santander para que éste se lo preste a Sacyr-Vallehermoso para comprar el 20% de Repsol-YPF y, en todos estos préstamos, el interés sube para que la entidad tenga un beneficio. De este modo, para que se puedan ejecutar las devoluciones, Repsol tiene que incrementar su beneficio, normalmente a costa de las condiciones laborales, de las condiciones ambientales, o de incrementar la venta de gasolina. Todo ello muy sostenible como se ve. Para que las deudas puedan ser devueltas el crecimiento no puede parar, de forma que el sistema funciona como una bicicleta: si para de dar pedales (de crecer) se cae. Por todo esto el dinero es más un indicador de la deuda existente que de la riqueza. Esto es especialmente aplicable a la economía financiera.
Hinchando la burbuja
El capitalismo funciona con una única premisa: el aumento de beneficio individual rápido, de manera que las inversiones se van a las áreas donde este beneficio es máximo. Hasta finales de los años 60 las tasas de beneficios mayores estuvieron en la economía productiva, pues además existía una fuerte “represión financiera” de carácter político, como resultado de la debacle de los años 30. Pero, en esos años, se entró en una crisis de sobreproducción (aumento continuado de la oferta sin incrementar la capacidad de consumo mundial), por razones que aquí no hay espacio de explicar.
El sistema intentó responder con tres medidas básicas. Dos de ellas se relacionan con la globalización neoliberal de la “economía real”: reformulación de las relaciones capital-trabajo (e incremento de la presión sobre el entorno) para abaratar los costes de producción a escala estatal y global, e incremento de los ámbitos de la vida y territorios bajo la lógica del capitalismo para incrementar la base del consumo. Esto posibilitó ampliar la producción y el consumo. La otra fue posibilitar que la “economía financiera” se convirtiese en un monstruo que diese inmensos beneficios.
Una de las bases del hinchado de este monstruo es que, desde 1971, con el final del patrón dólar-oro, la creación de dinero por parte de los Estados (y no digamos de los bancos y las bolsas) no está sujeta a ningún límite físico. Es decir, que el presidente de EEUU puede dar a la maquinita de hacer billetes sin tener guardada una cantidad equivalente de lingotes de oro en las arcas de la Reserva Federal, como ocurría antes. Esto ha permitido una brutal creación de dinero de la nada (sic) desde entonces, siendo esta la gasolina que ha alimentado el incendio actual. Se da la gran paradoja de que ha aumentado sin freno el capital-dinero mundial, mientras ha disminuido a velocidad de vértigo el “capital natural” planetario por la crisis ambiental. Asociado a este aspecto está la desaparición de un sistema de cambios fijos entre monedas, lo que ha permitido que los mercados de transacciones monetarias se hayan convertido en los más importantes del planeta y los que tienen un carácter especulativo mayor. Además, la posibilidad de operar en divisas que no sean locales, y la creciente debilidad de las divisas periféricas, ha permitido que haya países dolarizados y eurizados, donde las políticas monetarias están condicionadas por los flujos especulativos globales.
Un segundo elemento clave en este proceso ha sido la liberalización de la circulación de capitales a nivel internacional, una liberalización que permite, por ejemplo, que ahora esté fluyendo el dinero de las bolsas de los países del Sur hacia los estados del Norte, o que se hayan producido fuertes ataques especulativos principalmente sobre las divisas periféricas.
En tercer lugar se ha producido una opacidad creciente en todo el sistema. Esto está representado por el secreto bancario, los paraísos fiscales 1 o las operaciones al margen de cualquier regulación (sistema bancario “en la sombra”). La principal consecuencia es que la mayoría de la economía se podría calificar, sin exagerar, de mafiosa. Por ejemplo, la mitad de los flujos financieros internacionales pasan por paraísos fiscales, y su actuación hace que las Islas Caimán “invirtiesen” más en China que EEUU o Japón en 2007. En el mundo de las operaciones en la sombra reinan los private equity (fondos de capital riesgo), los hedge funds (operan en el mercado de “derivados”) y la banca de inversión (banca altamente desregulada sin supervisión política), muchas veces a través de mecanismos over the counter (contratos privados no sujetos a normativas).
Otro elemento básico son las legislaciones que han ido tomándose a nivel internacional sobre el dinero que pueden prestar los bancos. Según el acuerdo de Basilea II, a los bancos se les recomienda retener sólo el 8% de los depósitos, con el resto pueden conceder créditos (sic). Pero ese 92% realmente es mayor, ya que los bancos “más solventes” (esto es, más grandes) pueden reducir el 8% guardado y, además, están todos los mecanismos de titularización de deuda 2 , fuera de balance, que hacen que la cantidad prestada sea en realidad bastante mayor. Esto ha supuesto que la economía actual funcione con un grado de endeudamiento muy grande, es decir, que no funcione con dinero real, sino con préstamos que se confía en que no se llegarán a ejecutar con la predicción de que la inversión sea rentable de forma rápida debido a la subida del precio de los activos.
Ligado a esto ha estado la desregulación creciente que ha permitido el desarrollo de la “ingeniería o alquimia financiera”: un montón de “cosas” susceptibles de ser compradas y vendidas en bolsa y paraísos fiscales, desde paquetes de hipotecas que se convierten en títulos, hasta el propio riesgo de impago de estas deudas. La idea subyacente ha sido incrementar el negocio creando créditos sobre créditos, intentando a la vez incrementar la liquidez de lo que se compra, para hacer más fácil su venta. Igualmente, se ha buscado esparcir o diluir el riesgo, tratando de ocultar su existencia.
El resultado de todo este entramado es que, en la actualidad, grosso modo , sólo el 1% del dinero circulante es papel-moneda, el 11% sería dinero bancario (por ejemplo tarjetas de créditos o dígitos en una cuenta) y el 82% restante dinero financiero (el 13% deuda titulizada, como acciones o hipotecas, y el 75% restante “derivados”). La economía financiera representa, aproximadamente, el 90% de la total. O, en otras palabras, que nuestra economía es una economía de casino.
Finanzas (centrales) vs economía productiva (periférica)
La traslación de esto a la economía real significa que los países enriquecidos, los que controlan las divisas fuertes y los mercados financieros más potentes, tienen una inmensa capacidad de compra sobre el resto del mundo. Además, aunque la creación de dinero financiero es ficticia, su poder de compra en la economía productiva es bien real. Mientras los países del Norte se especializan en lo financiero (y servicios y conocimiento) produciendo cada vez menos pero más caro, los países del Sur son donde se producen los bienes materiales baratos y los territorios de donde se extraen el grueso de materias primas, lo que provoca un alto impacto ambiental.
En este proceso podemos analizar el papel de la potencia dominante, EEUU, y la emergente, China. A nivel internacional podríamos simplificar mucho el mundo planteando que hay un gran consumidor, EEUU (y, en menor medida, la UE y Japón) y un gran productor, China (y otras regiones como India). Esto ha producido que China haya aumentado progresivamente sus ingresos por ventas de productos manufacturados, mientras que EEUU se endeudaba de forma creciente hasta superar los 10 billones de dólares (más lo que se van a gastar en la lucha contra esta crisis, que podrá incrementar la deuda estatal hasta 11’3 billones, el 70% de su PIB). La deuda de EEUU ha sido cubierta con préstamos de China, junto con otros de Japón y los países de Oriente Próximo productores de petróleo. Así el gigante asiático es el principal tenedor de bonos estadounidenses y acapara el 33% de las reservas de dólares mundiales 3 .
Además, el gran poder de consumo estadounidense también se ha sostenido a través de la creación de dinero en la burbuja financiera e inmobiliaria de estos últimos años.
Nuevamente se puede usar el símil de la bicicleta: si EEUU rebaja su consumo y es incapaz de asumir la sobreproducción actual, todo el chiringuito se cae, empezando por el “milagro chino”.
El capital financiero, de la mano de la vivienda, se desboca...
En la actualidad, una importante parte del capital financiero internacional se encuentra invertido en el mercado inmobiliario, especialmente tras la crisis de las puntocom en 2000, que produjo el desplome de la bolsa y llevó a los inversores a buscar nuevos nichos de mercado. El mercado de la vivienda se encontraba en proceso de expansión debido a la combinación de ciertos factores que se habían ido implementando a finales del siglo pasado. En primer lugar progresiva mercantilización de la vivienda y la desregulación urbanística, que en el Estado español se materializó con el decreto Boyer y la Ley Álvarez Cascos (del “todo urbanizable”), y que fomentaron la especulación con el suelo, la vivienda y la construcción desenfrenada.
A su vez, el crudo barato propició las ingentes cantidades energéticas necesarias para poner en marcha este modelo urbanístico y territorial, e impulsar la burbuja financiera inmobiliaria.
Por último, la bajada de los tipos de interés a partir del año 2000 permitió conseguir dinero barato con el que invertir en bienes patrimoniales. Todo esto estaba produciendo una mercantilización cada vez mayor de los inmuebles, que cada vez se consideran más como un bien de inversión y no como un espacio donde habitar, lo que atenta directamente contra el derecho a la vivienda.
De esta manera se facilitó el desembarco de capital financiero a partir de 2001 en el sector inmobiliario. Fue entonces cuando el mercado de la vivienda se desbocó, primero en EEUU y el mundo anglosajón, después en países como España, alcanzando finalmente el resto del mundo (Europa del Este, China, Rusia, etc.). El sector inmobiliario se convirtió en uno de los principales motores del crecimiento económico y en el fuelle de una nueva burbuja financiera que creció espectacularmente en un periodo de apenas 5 años.
En esta vorágine de construcción y especulación inmobiliaria los bancos decidieron aumentar el margen de beneficios prestando dinero a población con menor capacidad económica, aquella que en condiciones normales no habría tenido acceso a créditos y a la que anteriormente era el Estado el que garantizaba el acceso a la vivienda, no el mercado. El ambiente de euforia lo permitía y la posibilidad de aumentar el lucro fue irresistible para los bancos. Así empezaron a destinarse, en lugares como EEUU, préstamos de alto riesgo a intereses mayores de lo habitual, aunque con unos años de carencia, a los que se denominó hipotecas subprime . Ilusamente se pensaba que la subida de los precios de la vivienda permitirían a estos sectores de población pagar los prestamos contraídos. Y, en aras de continuar con el lucro, se titulizaron estas hipotecas para poderlas vender, mediante la intermediación de la banca de inversión. Así estos títulos formaron parte del mundo virtual de las finanzas en la sombra, donde fueron moviéndose y dispersándose, con lo que su riesgo alcanzó al conjunto del sistema financiero.
...hasta que llega la crisis
El alza del precio del crudo entre 2004 y 2005 desequilibró la situación que había permitido el crecimiento de la burbuja inmobiliaria y financiera, pues supuso el aumento de la inflación y con ello la necesidad de subir los tipos de interés. A su vez, la construcción desenfrenada había desembocado en un exceso de oferta de viviendas. Todo ello frenó irremediablemente el crecimiento del mercado inmobiliario, iniciándose una brusca contracción del mismo y una caída de los precios de la vivienda.
En este contexto, muchas de las personas hipotecadas, especialmente las provenientes de las hipotecas subprime , no pudieron hacer frente al pago de los préstamos (con intereses crecientes), lo que provocó una crisis de confianza entre los inversores. Y al estar el riesgo disperso por todo el espacio financiero y, literalmente, no se sabe bien dónde, la falta de confianza se ha ido extendiendo por los diferentes mercados financieros y ha provocado la caída de las bolsas y de los activos inmobiliarios. La consecuencia más directa de esta caída ha sido la evaporación de gran parte de la riqueza monetaria mundial acumulada en los mismos. Ésta, simplemente, ha dejado de existir (el dinero, especialmente el financiero, al contrario que la energía, sí se crea y se destruye).
En definitiva, el impago de las hipotecas, junto con la desaparición de dinero en bolsa, unido a que en tiempos de crisis disminuyen las inversiones, han generado aún mayor desconfianza, provocando un círculo vicioso creciente de desconfianza - pérdida de liquidez que se ha ido extendiendo por los circuitos de la economía mundial.
Puesto que la estructura financiera se sustenta fundamentalmente en la confianza, esto ha supuesto la eliminación de los cimientos que “aguantaban” el edificio económico y financiero, de ahí que éste se esté derrumbando rápidamente, resultando en la actual crisis.
Pero, además, la crisis tiene mucho que ver con los límites ecológicos del planeta, a diferencia de otros momentos históricos en los que se han producido otras crisis de sobreproducción, como la del 29. En primer lugar tiene que ver porque ha venido propiciada por el alza del precio del petróleo hasta el verano pasado. Un alza que se debe a su especulación en bolsa, al incremento de la demanda y en gran parte a que estamos ya, o nos estamos acercando, al pico del petróleo. A partir de ese punto quedará sólo la mitad de las reservas y su extracción cada vez será más cara y difícil, siendo imposible satisfacer una demanda en ascenso.
El segundo factor ambiental que ha influido ha sido el ligado al desmadre inmobiliario, como hemos podido ver claramente en el Estado español, pues la lengua de lava urbano-metropolitana engulle cada día más territorios de alto valor agrícola y natural.
En conclusión, esta crisis sistémica va más allá de la “avaricia de unos cuantos banqueros”, como se ha querido mostrar desde el poder. Está en la raíz del sistema que propició el sacrosanto crecimiento económico del “España va bien”. No será porque no lo dijimos desde el movimiento ecologista...
Crisis global... pero en el Sur se pasa peor
La crisis financiera está suponiendo una deflación en la economía especulativa (disminución del precio de los activos en bolsa y de los inmobiliarios), mientras aumenta la inflación de la economía real. Esto afecta más a las personas con menos recursos, pues aparte de ser quienes pierden el trabajo, notan más la pérdida de capacidad de compra.
Si la crisis financiera ha afectado de lleno a los países ricos, el efecto sobre los países empobrecidos está siendo aun más grave. Conviene recordar que los capitales financieros han huido de los mercados periféricos para apuntalar posiciones en los centrales. En tiempos de crisis se busca la confianza en un poder político y militar fuerte (recordemos que todo depende de la confianza). Así, las divisas periféricas, junto con las bolsas de estos países, se están desplomando aún más precipitadamente (el 28-10-08, mientras la bolsa de Nueva York había caído un 40% la de R usia lo había hecho un 73%, la de Argentina un 61 y la de Brasil un 54).
Estos desplomes de las divisas y bolsas del Sur pueden agravar la situación de pobreza de gran parte de la población de estos países, incrementando su deuda y arrastrando de manera muy rápida a su economía real. Si en el 29 los efectos del crack financiero tardaron 3 años en notarse por la economía real y tuvieron una menor proyección mundial, en esta ocasión sólo han bastado unos pocos meses y su repercusión está teniendo una fuerte dimensión global, lo cual vaticina un futuro próximo muy incierto. El Banco Mundial predice que el coste de esta crisis oscilará entre el 10 y el 20% del PIB de los países afectados.
Esto ocurre en un mundo cada vez más multipolar, en el que EEUU, pese a la subida coyuntural del dólar 4 y la UE, de capa caída tras el No de Irlanda, no pueden afrontar la crisis en solitario y necesitan convocar al G-20 para intentar atajar la crisis.
En este marco no hace falta enumerar las obvias repercusiones ambientales y sociales de toda esta locura.
“Soluciones” que no solucionan
Las políticas de lucha contra la crisis financiera de Estados Unidos, la Unión Europea y el Estado español se están basando en apuntalar el sector bancario y facilitar liquidez a los mercados para que recuperen la tan maltrecha confianza . Este es el fundamento último de los 50.000 millones de euros que el Gobierno piensa llegarse a gastar en la compra de activos de los bancos (lo que incrementará la deuda pública del 37% al 42% del PIB) y de los 100.000 millones que ha puesto sobre la mesa para avalar la banca 5 .
Así se están transfiriendo los riesgos y las pérdidas a los Estados y, en definitiva, al conjunto de la ciudadanía. Es curioso que uno de los argumentos para mantener las desigualdades en el mundo, los riesgos que corren los grandes capitales en sus inversiones, se venga abajo tan rápido: los riesgos pasan de ser privados a colectivos. Se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias.
Otra paradoja es que los PGE se presenten austeros en lo social y lo ambiental porque “no hay dinero por la crisis” y no podemos incrementar nuestro déficit, mientras “aparece” dinero público a mansalva para salvar a la banca.
Este tipo de políticas, no sólo ponen las bases de una nueva burbuja especulativa al insuflar liquidez sin cambiar las reglas del juego, sino que amenazan a los Estados con una posible quiebra, como ya apuntan los mercados al estar subiendo la prima de riesgo de países como el nuestro. Y una quiebra estatal tendría una fortísima repercusión social, ya que implicaría el desmantelamiento de la sanidad, la educación y otros servicios públicos, algo que ya experimentaron en Argentina en 2002 y que está sobrevolando numerosos lugares del mundo, entre ellos países cercanos como Islandia o Hungría.
Una posible consecuencia adicional es que, fruto de la puesta en circulación de estas cantidades ingentes de dinero, se entre en un proceso altamente inflacionario en los países del Norte.
Lo que es casi seguro es que se producirá (de hecho ya está ocurriendo) una fuerte concentración bancaria, lo que significa acumular más poder en pocas manos altamente irresponsables. Es decir, que unas pocas personas podrán seguir enriqueciéndose especulando con el dinero propio y ajeno.
Además la especulación con lo ambiental se está barajando como una herramienta más de “salida” a todo esto, como es el caso del creciente mercado de compraventa de emisiones de CO 2 .
Por último, desde un punto de vista ambiental (y social si tenemos en cuenta a toda la humanidad) las políticas keynesianas no son salida a esta crisis, ya que se basan en un mayor despliegue del actual modelo productivo y territorial, y en el incremento del consumo.
Soluciones que tal vez solucionen
Para evitar que no se vuelvan a producir nuevas burbujas especulativas y desmanes financieros es necesario socavar las raíces sobre las que se sustentan con medidas del tipo de:
- Anclar las monedas a valores físicos poniendo límites a la creación del dinero. Se podrían anclar al tamaño de la población o a una cesta de productos básicos. La clave es que no pueda crecer el dinero (que no es más que deuda como vimos) al margen de la cantidad de recursos naturales existentes.
- Implantar un sistema de cambios fijos para las divisas con control democrático internacional.
- Imposibilidad de operar con monedas distintas a la local y control público de los bancos centrales.
- Limitar drásticamente el movimiento internacional de capital y abolición de la deuda externa de los países del Sur.
- Fuerte regulación y transparencia de los mercados, con la apertura de sus libros al público, junto con la eliminación de los paraísos fiscales.
- Prohibir que los bancos presten dinero por encima de los depósitos que tienen (subir el coeficiente de caja al 100%), eliminando además mecanismos como la titularización de deuda.
- Control público y democrático de la banca para forzarla a actuar con criterios de equidad, solidaridad y sostenibilidad.
Estas medidas sólo servirían para reducir la posibilidad de nuevas burbujas especulativas y desmanes financieros internacionales que terminen generando una nueva crisis, pero no permitirán avanzar hacia un mundo realmente sostenible, solidario y justo, ya que esto es incompatible con el sistema actual, que requiere el crecimiento ilimitado y la creación de desigualdades para su subsistencia. Medidas que irían en este sentido serían: la reducción del ámbito de la economía monetaria; la reconversión ecológica del sector industrial, de la construcción y las ciudades; el impulso de un mundo rural vivo basado en la producción agroecológica; la transformación del sistema energético hacia fuentes renovables; o reinvertir el dinero destinado a grandes infraestructuras de transporte en fomentar los circuitos de producción-consumo cortos.
Atendiendo a que una crisis es una oportunidad de cambio, es el momento de preguntarse si queremos seguir dejando que unos pocos especulen con los ahorros del resto, controlen los puestos de trabajo y tengan a la humanidad secuestrada.
Las políticas de castración de la economía especulativa pueden abrir puertas para los cambios reales que necesitamos, con el objeto de vivir mejor y en equidad con menos; en paz con el planeta.
Ramón Fernández Durán, Luis González Reyes y Luis Rico García-Amado son miembros de Ecologistas en Acción.
Notas:
1 En ellos se garantiza la confidencialidad de las cuentas y transacciones, no hay normas para el control de los movimientos de capital y cuentan con una fiscalidad muy laxa o inexistente. Gibraltar, Andorra y Luxemburgo son paraísos fiscales cercanos.
2 Consiste en vender en bolsa las hipotecas obteniendo dinero líquido y permitiendo un mayor endeudamiento.
3 China está siguiendo una estrategia que se podría denominar como “ascenso en la regla del notario” es decir, pasar de producir lo más intensivo en mano de obra y más impactante con el medio a precios baratos, a producir dinero financiero y tecnología que es menos intensiva en mano de obra, menos impactante y más cara en los mercados internacionales. Para ello China ha empezado a invertir en bolsa en productos más arriesgados (y rentables), a desviar la producción más intensiva en mano de obra a su entorno cercano (el precio de su mano de obra se ha multiplicado por 4 en los últimos 10 años), y a aumentar su demanda interna.
4 El dólar está teniendo una fuerte subida coyuntural respecto al euro, lo que se debe al mayor poder militar y político de EEUU (como se ha visto en el caso de Islandia, la fiabilidad de los estados es importante), a que la reserva federal controla un porcentaje mucho mayor del PIB que la Comisión Europea, y a que la convergencia económica-monetaria europea se está esfumando con la crisis (por ejemplo, el interés de las deudas públicas de los países de la UE está divirgiendo en la actualidad).
5 Pero estas no son las únicas medidas que está impulsando el Gobierno, ya que está poniendo en marcha otras destinadas a reactivar la burbuja inmobiliaria, como la compra de suelo a las inmobiliarias o la supresión del impuesto de patrimonio.
En EEUU el presupuesto anti-crisis es de 520.000 millones de euros y en la UE la cantidad supera ya los 2’5 billones de euros, cerca del 20% de su PIB.
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