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La trampa de la Iglesia por Sandra Russo Pagina 12

La trampa

Por Sandra Russo
La Iglesia Católica sabe perfectamente que, en los hechos, sus preceptos en
materia de sexualidad nunca se cumplieron. No los cumplen ni siquiera muchos
de sus sacerdotes. No los cumplen millones de sus fieles. La Iglesia está en
contra de la anticoncepción en cualquiera de sus formas. Si el debate es
sobre salud reproductiva, ataca el DIU por "abortivo", pero se calla ante
otros métodos. Pero cuando se lanza una campaña de salud sexual y el
preservativo es uno de los métodos promovidos, ataca el preservativo con un
argumento aberrante que, si fuera escuchado, provocaría miles de contagios
de enfermedades de transmisión sexual. La Iglesia no dice que veta el
preservativo porque, como institución, está lisa y llanamente en contra de
las relaciones sexuales sin fines reproductores, y una relación sexual en la
que se usa preservativo supone placer pero no embarazo. Lo que dice es que
el preservativo es una herramienta ineficaz para prevenir contagios, lo cual
se escapa del dogma y entra en el peligroso territorio de la
irresponsabilidad social. Imaginarse un virus filtrándose a través del látex
es poco menos que desopilante, si no fuera, más que risible, patético.
Pero la Iglesia sabe perfectamente que, en los hechos, lo que prescribe y
recomienda en materia de sexualidad no se cumple. Sus esfuerzos milenarios
en vigilar y castigar a través de la culpa los impulsos sexuales humanos no
han logrado suprimir esos impulsos, pero sí trastornar muchas mentes. La
gente no deja de tener relaciones sexuales; los homosexuales no dejan de
existir porque al Vaticano no les caen en gracia; los cónyuges no son fieles
para toda la vida ni permanecen juntos si son infelices; los embarazos no
deseados no llegan a término, pero de los abortos clandestinos surgen
víctimas ya nacidas, las madres, especialmente las pobres, que no pueden
pagarse un servicio decente.
La Iglesia no dirige sus políticas a maniatar los actos humanos, porque es
impotente para eso, sino a estrechar la franja de visibilidad y legitimidad
de esos actos humanos. Los funcionarios eclesiásticos saben que, aunque
ellos emitan comunicados, los jóvenes no dejarán de iniciarse sexualmente a
los quince años, pero también sabe que lo harán en malos términos, en
condiciones sanitarias y psíquicas precarias, sin información, sin guía, sin
permiso social, con culpa, con insatisfacción. Las recomendaciones de la
Iglesia, en este punto, a lo que tienden es a mantener ancha la franja de
sufrimiento por causas sexuales: la gran tarea de la Iglesia es, en este
sentido, que la gente asocie el sexo con sufrimiento. Con aborto, con VIH,
con sífilis en otros tiempos, con clandestinidad, con trauma, con
prostitución, con decadencia. Esa es la trampa que tiende el discurso
oficial de la Iglesia: cuanto más riesgo y penar implique el sexo más poder
tendrá esa palabra que, sobre el hecho consumado de una desgracia, podrá
insinuar, con falsa piedad: yo te lo dije.
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