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Texto de pacifistas israelies

David Grosman, escritor israelí, al comienzo de la barbarie del 12 de julio estuvo de acuerdo con la guerra, a la que consideró “justificada”. Tres días antes del cese del fuego uno de sus hijos cayó en el frente de batalla... La misma posición sustentaron los escritores Amos Oz (conocido por sus posiciones oportunistas), y A.B. Ioshua. Durante el transcurso de la guerra quedó demostrado el aventurerismo del gobierno y la ineptitud e irresponsabilidad de los generales de la derrota. David Grosman, que siempre se caracterizó por sus posiciones políticas pacifistas hizo un mal cálculo. Pero las alternativas en la conducción de las operaciones, la total inpetitud dse los militares, el número de bajas y la indefensión de la población civil en el norte, los bombardeos sobre la población civil  en el Líbano y su desgracia personal condujeron a David Grossman a una profunda catarsis. El discurso en la Plaza Rabin es una pieza para la meditación, para la contricción de aquéllos que no quisieron entender las razones y las metas de esa agresión. A.A. 
 
 

David Grossman:
 
"¡Nuestra dirigencia está hueca!"
  
Texto completo del discurso del escritor David Grossman, pronunciado en el acto en memoria del 11° aniversario del asesinato de Itzjak Rabin (Z'l), el sábado 4 de noviembre en la Plaza Rabin en Tel Aviv ante 100.000 personas.
  
El acto anual en memoria de Itzjak Rabin es siempre un momento donde nos detenemos para recordar a Rabin el hombre, el líder; también es buena oportunidad para autocontemplarnos, para observar a la sociedad israelí, a sus dirigentes, percibir el estado de ánimo nacional y la situación del proceso de paz… Todo esto desde nuestra posición particular, frente a los grandes procesos nacionales.  
No es fácil autocontemplarnos este año. Hubo una guerra. Israel movilizó un músculo militar colosal pero detrás de él quedaron reflejadas su impotencia y su fragilidad.  
Nos percatamos de que nuestra fuerza militar no puede, al final de cuentas, asegurar por sí sola nuestra existencia; descubrimos principalmente, que Israel pasa por una grave crisis en todos sus sistemas de vida; una crisis mucho más profunda de la que nos imaginábamos.  
Esta noche les hablo como alguien al que el amor por esta tierra le resulta un amor difícil y complicado, pero sabiendo que se trata de un amor incondicional. También les hablo como alguien a quien el pacto que siempre tuvo con esta tierra y que se transformó desastrosamente, en un pacto de sangre.  
Soy un hombre totalmente laico, pero sin embargo considero que la creación y existencia del Estado de Israel vendrían a ser un milagro que nos ocurrió como pueblo; un milagro político, nacional, humano. No puedo olvidarme de ésto ni un sólo momento; aún cuando hay muchas cosas de la realidad de nuestra vida que me enfadan y me deprimen; aún cuando el milagro se va transformando en pequeñas partículas de rutina y humillación, de cinismo y corrupción, aún cuando la realidad pareciera ser la parodia más terrible de dicho milagro, yo siempre lo recuerdo; y embuído en esta sensación, les hablo.  
"¡Mira Tierra, pues fuimos derrochadores al máximo!", escribió el poeta Shaul Tchernijovsky en 1938. El se lamentaba de que en el regazo de la tierra, en la Tierra de Israel, sepultábamos reiteradamente a los jóvenes en la plenitud de su florecimiento.  
 
La muerte de nuestros jóvenes es un despilfarro terrible, deplorable; pero no menos terrible es la sensación de que durante muchos años el Estado de Israel derrocha pecaminosamente, no sólo la vida de sus hijos, sino también el milagro que le fue acreditado, la enorme e infrecuente oportunidad que la historia le proporcionó, la chance de construir aquí un Estado ejemplar, ilustrado, democrático, regido por los valores judíos y universales. Un Estado que sea a la vez hogar nacional y refugio; no sólo refugio, sino también un lugar que otorgue un nuevo significado a la existencia judía. Un Estado donde una parte esencial de su identidad judía, de su concepción judía se proyecte en una relación de respeto e igualdad para con sus conciudadanos no judíos.  
 
Y miren lo que ha ocurrido…  
 
¿Qué le sucedió a nuestro Estado?  
 
Observen lo que le pasó a esta tierra joven, intrépida, llena de vigor y espíritu que aquí reinaba; cómo en un proceso vertiginoso de envejecimiento, Israel se precipitó desde la etapa de niñez y adolescencia a una situación fija de negligencia, debilidad y sensación de pérdida. ¿Cómo sucedió? ¿cuándo perdimos incluso la esperanza de que alguna vez podamos vivir una vida diferente y mejor?  
Y más aún, ¿cómo es que continuamos manteniéndonos al margen, aparentemente hipnotizados, observando cómo la locura, la rudeza, la violencia y el racismo se apoderan de nuestra nación.  
 
Yo les pregunto: ¿Cómo puede ser que este pueblo con su enorme capacidad creativa, su vitalidad y su constante proceso de renovación; este pueblo que supo levantarse una y otra vez de las cenizas, se encuentra a sí mismo, justamente hoy, cuando posee su mayor poderío militar, en una situación de fragilidad e impotencia, en un estado donde nuevamente debe jugar el papel de víctima pero esta vez, víctima de sí mismo, de sus miedos y desesperación, de su falta de visión?  
 
Uno de los puntos más difíciles que agudizó esta última guerra es la sensación de que en estos días "no hay Rey en Israel"; que nuestra dirigencia está hueca; nuestra dirigencia militar y política está hueca. No me estoy refiriendo a los visibles fracasos en la dirección de la guerra, ni al desamparo de la población civil, tampoco a los pequeños y grandes actos de corrupción.  
 
Me refiero a las personas que actualmente dirigen el país que no consiguen conectar a los israelíes ni con su identidad ni con las partes sanas, primordiales de la vida que hacen florecer a dicha identidad; con esas partes de la identidad, la memoria, los valores básicos que le otorguen fuerza y esperanza. Que sean los anticuerpos de las debilidades respecto a la responsabilidad mutua y nuestro nexo con el Estado, que proporcionen algún significado a nuestra lucha existencial tan agotadora y desesperada.  
 
Los principales contenidos con los que la dirigencia Israelí sostiene la corteza gubernamental son esencialmente ansiedad por una parte y por otra parte intimidación. Del hechizo de la fuerza, y el guiño de la “combina” de la manipulación. Del regateo por las cosas que nos son valiosas. En este sentido ellos no son auténticos dirigentes. Y por supuesto, no representan a los dirigentes que en una situación tan confusa y tan errada el pueblo requiere. En ocasiones pareciera que la caja de resonancia de sus pensamientos, de su memoria histórica, de su propia visión, de aquello que realmente les interesa, existe solamente en el breve espacio entre dos titulares de los periódicos. O entre las dos paredes del Asesor Jurídico del Gobierno.  
 
Observen a aquellos que nos dirigen.  
 
Por supuesto, no a todos, pero a muchos de ellos. Observen la forma de actuar atemorizada, de desconfianza, con orientación defensiva y artificiosa. Hasta sería incluso ridículo anhelar que de ellos aflore la sabiduría , que de ellos se asome una visión, o simplemente una idea original, realmente creativa, audaz, con imaginación. ¿Cuándo fue la última vez que el Primer Ministro ideó o realizó alguna acción que permitiera a los israelíes añorar nuevos horizontes o un futuro mejor? ¿Cuándo promovió alguna acción social, cultural, de valores, y no solamente respondió a las acciones que le fueron impuestas por otros?  
 
Señor Primer Ministro, no pronuncio estas palabras por un sentimiento de rabia o de venganza. Esperé bastante para no pronunciarme con el arrebato del momento, usted no podrá desechar mis palabras esta noche como “una expresión debida al pesar que lo agobia”. Por supuesto, estoy apesadumbrado. Pero más que enojado, me duele. Me duele este país, por lo que usted y sus colegas le provocan. Créame, sus éxitos me importan, porque nuestro futuro depende de su capacidad de acción.  
 
Itzjak Rabin emprendió el camino de la paz con los palestinos no por la gran simpatía que les dispensaba a ellos o a sus dirigentes. También entonces, como se recordará, la opinión generalizada era que no teníamos socios entre los palestinos, y que no podríamos dialogar con ellos. Rabin determinó una acción, dado que con gran sabiduría, llegó a la conclusión de que la sociedad israelí no podrá subsistir por mucho tiempo en una situación de conflicto permanente. Comprendió, con antelación a muchos otros, que la vida en un clima constante de violencia, de conquista, de terror, pánico y desesperanza, reclaman un precio que Israel no puede sobrellevar.  
 
Todo aquello sigue vigente también hoy, con gravedad superlativa. Pronto hablaremos sobre el socio existente o no, pero antes nos contemplaremos a nosotros mismos.  
 
Por más de cien años vivimos en lucha. Nosotros, ciudadanos de este conflicto, nacimos en la guerra, y nos educamos en ella, y en cierto sentido fuimos programados para ella. Será por ello que a veces nosotros pensamos que esta locura en la cual vivimos ya hace cien años, es lo real, lo único, es la única vida que nos fue destinada; que no tenemos posibilidad, o incluso el derecho de anhelar otra; en la penuria nacimos y en la penuria moriremos y por siempre nos alimentaremos de ella.  
 
Quizás sea ésta la explicación a la indiferencia con la que nos resignamos al aniquilamiento definitivo del proceso de paz, que continúa hace años y que cobra más y más vidas. Así también se explica la falta de reacción de la mayoría de nosotros a la burda bofetada que soportó la democracia con la designación de Avigdor Lieberman como Ministro selecto, con la designación de este pirómano como Director de los Servicios de Bomberos del país (alude al nuevo ministro de Planificación Estratégica, el fascista mafioso Liberman A.A.)  
 
Y éstos también forman parte de los factores por los que en tan corto tiempo el Estado de Israel sucumbió a la insensibilidad, agresividad nata ante el más débil, el pobre y el que sufre. Esta indiferencia por el destino de los hambrientos, de los ancianos, de los que padecen y los minusválidos; la apatía del Estado de Israel por el tráfico de mujeres, por ejemplo, o por la explotación y condiciones de esclavitud de los trabajadores extranjeros; el profundo racismo institucionalizado ante la minoría árabe. Todo ello acontece aquí, con gran naturalidad, sin contratiempos y sin quejas. Comienzo a dudar que aunque la paz llegue mañana, aún si volviéramos alguna vez a cierta normalidad, quizás ya sea demasiado tarde para el restablecimiento completo.  
 
La desgracia que padecimos mi familia y yo, con la caída de nuestro hijo Uri, no me otorga derechos adicionales en el debate público. Pero creo que el enfrentarse a la muerte y a la pérdida conlleva un tipo de perspicacia y claridad, por lo menos en lo que se refiere a distinguir entre lo esencial y lo superfluo. Entre lo alcanzable y aquello imposible de lograr, entre la realidad y la fantasía.  
 
Todo individuo racional en Israel- y agrego, también los palestinos -conoce con exactitud las formas de solución posible al conflicto entre las naciones. Todo ser pensante, entre nosotros y entre ellos, siente también en lo profundo de su corazón, la diferencia entre los sueños y quimeras con lo posible de lograr al término de las negociaciones. El que no lo sabe, ya mismo no es apto al diálogo, sea judío o árabe. Es prisionero de su fanatismo, su hermetismo, y por ello no es un socio posible.  
 
Observemos por un momento aquel que pretende ser nuestro socio. Los palestinos erigieron al Hamas, que se niega a negociar con nosotros, incluso a reconocernos. ¿Qué se puede hacer ante esta situación? ¿Qué más nos queda por hacer? ¿Continuar sofocándolos ininterrumpidamente? ¿Seguir absorbiendo centenares de palestinos en Gaza, la mayoría de ellos ciudadanos ingenuos, al igual que nosotros?  
 
¡Diríjase a los palestinos, señor Olmert!  
 
Diríjase a ellos abordando la dirigencia del Hamas; a los moderados entre ellos. Aquellos que se oponen como usted y como yo al Hamas y su derrotero. Diríjase al pueblo palestino. Refiérase a la profunda herida que los aqueja. Reconozca su continuo sufrimiento. Nada podrá socavar la posición de Israel y la suya propia en negociaciones futuras. Sólo que los corazones de ambos se abrirán un poco el uno hacia el otro, y esta apertura representará una fuerza gigantesca. La simple conmiseración humana tiene una fortaleza invencible, justamente en situación de indiferentismo y rencor.  
 
Por una vez mírelos no sólo a través del caño del fusil y la barrera herméticamente cerrada. Usted podrá ver un pueblo torturado no menos que nosotros. Un pueblo conquistado, deprimido y carente de esperanza. Por supuesto, también los palestinos son responsables de este estancamiento. Indudablemente, son parte importante del fracaso del proceso de paz. Pero obsérvelos por un momento desde otra perspectiva. No sólo a los extremistas. No solamente aquellos que tienen un pacto de intereses con nuestros fanáticos. Observe a la aplastante mayoría de este pueblo en desgracia, cuyo destino está contactado al nuestro, quiérase o no.  
 
Acérquese a los palestinos, señor Olmert. No busque constantemente excusas para no hablar con ellos. Ha renunciado al desenganche unilateral. Y bien hecho está. Pero no deje un espacio vacío. Éste se llenará de inmediato con violencia y destrucción.  
 
Dialogue con ellos. Ofrézcales una propuesta a los más moderados (son más numerosos que lo que muestran los Medios de Comunicación); una propuesta tal, que deban decidir si aceptarla, o preferir continuar siendo rehenes en manos del fanatismo islámico. Llegue a ellos con el programa más valiente y serio que Israel sea capaz de ofrecer; una propuesta que todo israelí o palestino con visión sepa que constituye el límite de la negación y la renunciación, la nuestra y la de ellos. Si titubea, en corto tiempo extrañaremos la afición del terror palestino. Nos golpearemos la cabeza y clamaremos: ¿cómo no pusimos en acción nuestra elasticidad de pensamiento, toda nuestra creatividad israelí, para extraer a nuestro enemigo de su propia celada?  
 
Existe también la paz porque no hay otra salida. Exactamente así como existe la guerra sin remedio, porque no lo hay. No tenemos otra salida, y ellos tampoco. Y hacia la paz, sin otra salida, debemos recurrir con la misma determinación y creatividad, así como se emprende una guerra sin remedio; porque no lo hay.  
 
Y aquél que cree lo contrario, que el tiempo está a nuestro favor, no comprende los procesos profundos del peligro en el cual ya nos encontramos.  
 
En general, Sr. Primer Ministro, quizá deba recordarle que si cualquier dirigente árabe envía señales de paz, el más mínimo o frágil - debe usted recibirlo; deberá analizar de inmediato su veracidad y seriedad. No le cabe el derecho moral de no responder a ello. Usted debe hacerlo en pro de aquellos a los cuales les exigirá sacrificar sus vidas si llegase a estallar otra guerra. Por ello, si el Presidente Assad dice que Siria quiere la paz, aún si usted no le cree -y todos dudamos de él- debe proponerle un encuentro inmediato.  
 
No espere ni un solo día. Cuando decidió salir a la última guerra no esperó usted ni una hora. Irrumpió con toda la fuerza. Con todas las armas. Con toda la potencia destructiva. ¿Porqué al primer atisbo de paz, usted, inmediatamente lo rechaza, lo macera? ¿Qué tiene para perder? ¿Usted desconfía del Presidente de Siria? Preséntele condiciones tales que pongan al descubierto sus intenciones. Propóngale un proceso de paz por varios años que sólo al finalizar, si se atiene a todas las condiciones, a todas las limitaciones, recibirá nuevamente el Golán. Exíjale un proceso de diálogo permanente. Actúe de tal manera que en la conciencia de su propio pueblo se perfile también esta posibilidad, apoye a los moderados, que seguramente también existen allí. Trate de diseñar la realidad, no sea sólo su colaborador. Para ello fue elegido, exactamente por eso.  
 
Y para finalizar; indudablemente, no todo depende de nuestras acciones; existen otras fuerzas grandes y poderosas que actúan en la región y en el mundo; algunas, como Irán, como el Islam extremista que actúan en contra nuestra. A pesar de todo, mucho depende de lo que nosotros haremos, de lo que nosotros seremos. Actualmente, las divergencias entre la derecha y la izquierda no son realmente grandes. La gran mayoría de los ciudadanos de Israel ya entiende - algunos no muy convencidos - como se verá el bosquejo de la solución del conflicto. Muchos entendemos que el país se dividirá, que el Estado palestino se creará. Entonces, ¿porqué continuamos debilitándonos en riñas internas que duran casi cuarenta años? ¿Porqué la dirigencia política continúa reflejando la posición de los extremistas y no los de la mayoría popular? Nuestra situación estaría mejor si llegáramos nosotros mismos a este consenso nacional antes que las causas -presiones externas, una nueva Intifada u otra guerra- nos obliguen a ello. Si actuáramos así, evitaríamos años de derramamiento de sangre y pérdidas lamentables. Años de trágico error.  
 
Desde el lugar donde me encuentro, yo pido, llamo a todo el que escuche, a los jóvenes que regresaron de la guerra y que saben que son ellos los que deberán pagar el precio de la próxima, a los ciudadanos judíos y árabes, a los hombres de la derecha y la izquierda: Deténganse un momento, observen por sobre el abismo, consideren cuán cerca estamos de perder lo que hemos creado. Pregúntense a sí mismos si no ha llegado el momento de sobreponernos, de salir del estancamiento, y al fin, demandarnos a nosotros mismos la vida que nos merecemos vivir.
  
 

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