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Aun hay progresistas en la Salud mercantilizada?

NOTA: Decía Manolito en una frase memorable "No se puede amasar una gran fortuna sin hacer harina a los demás". Aquí de lo que se trata es que el concepto de igualitarismo incluye que la desigualdad ni es natural, ni es justa. Se sostiene políticamente, y puede oscilarse entre dosis de discriminación, mesianismo, desprecio por el otro, naturalización de la distribución no solo del "inreso" sino del poder, de la justicia,  de la salud, etc. La "exclusión" -con lo polémico que puede ser ese concepto- también está sostenida y todos estos sostenimientos no expresan otra cosa que el sometimiento. Argentina está en la región más injusta del mundo, y la miserable reducción de la pobreza ni siquiera ha tomado el problema de la desigualdad: es simplemente ignorado, tapándolo con alguna migaja asistencialista que supera en su utilidad al asistente respecto del asistido. Asumo que se me va a acusar de simplista (como me ha ocurrido miles de veces). Es exactamente lo contrario: todas las demás soluciones son las simplistas que asumen que las asimentrías de poder son naturales, no las cuestionan y -ubicados en un lugar que explota un lugar de esa asimetría- miran por sobre el hombro al sometido diciendo "Qué le vas a hacer, flaco. A mí me tocó estar acá y a vos ahí. Que esto signifique tu muerte y la de tus hijos es algo triste. Pero el mundo es injusto". El mundo es injusto precisamente por la gente que mira por sobre el hombro a quien se lo explota, mientras en mayor o menor medida o bien se disfruta del festín, o bien se es tan cipayo que se espera disfrutarlo con una ilusión de pertenecer a los privilegiados que quiere (o ni siquiera) disimular que no hay privilegio que no sea debido a la explotación de un infeliz.
Un saludo
Gonzalo

MIERCOLES 24 ENE 2007
Opinión

TRIBUNA
http://www.clarin.com/diario/2007/01/24/opinion/o-02101.htm
Progresistas eran los de antes

Varios gobiernos de América latina, para reemplazar las políticas neoliberales, intentan caminos alternativos hacia la equidad. Sin embargo, éstos poco tienen que ver con el pensamiento realmente igualitario de siglos anteriores.
Roberto Gargarella PROFESOR DE DERECHO CONSTITUCIONAL (UBA Y DI TELLA)

La Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Uruguay, Venezuela han reafirmado, a través de procesos electorales más o menos recientes, su compromiso con gobiernos de desafío frente a las políticas que predominaran en los años 90.

Pero ¿cómo evaluar —más allá de las obvias diferencias que separan entre sí a tales gobiernos— la corriente "progresista" que parece agruparlos? Uno podría realizar ese análisis desde la pura teoría; o prestándole atención a las acciones de las socialdemocracias europeas; o tomando en cuenta las propias promesas electorales realizadas por los líderes electos o reelectos.

Aquí quisiera llevar a cabo esa evaluación desde otro lugar , esto es, desde el punto de vista de la fragmentada, débil, pero aún así viva tradición radical-igualitaria que emergiera en América durante la época fundacional de su vida constitucional, hace más de dos siglos.

La tradición igualitaria que aquí se considera es la que supieron tejer, desde la doctrina, la tribuna o la práctica política, figuras como Santiago Arcos y Francisco Bilbao en Chile; Manuel Murillo Toro en Colombia; Juan Montalvo en Ecuador; Thomas Jefferson en los Estados Unidos; Ignacio Ramírez, Ponciano Arriaga, o Melchor Ocampo en México; González Vigil en Perú.

Esta tradición puede distinguirse por su adhesión a cinco ideales básicos, desde los cuales supo confrontar al pensamiento liberal-conservador entonces también dominante. El primero de estos ideales tenía que ver con una noción peculiar de libertad, asociada con las ideas de no-dominación o no-explotación, con la que disputaban a la propuesta liberal del laissez-faire —una propuesta que identificaba la libertad con la ausencia de todo intervencionismo estatal. Para los igualitarios, en cambio, el ideal de la libertad sólo quedaba satisfecho cuando, en palabras de Francisco Bilbao, "ningún hombre dependía de ningún otro".

En segundo lugar, esta tradición reivindicaba una idea de igualdad que también iba más allá de la noción formal de igualdad que atribuían al pensamiento dominante. Fue en virtud de dicha mirada sobre la igualdad que, por ejemplo, estos pensadores no se mostraron satisfechos con la abolición de la esclavitud o del tributo indígena: era necesario asegurar, ante todo, las condiciones materiales o sustantivas de esa igualdad formal —para no consagrar una situación de simple "esclavitud sin cadenas".

En tercer lugar, estos primeros igualitarios reivindicaron formas de asociacionismo y colectivismo que se oponían al tipo de individualismo "egoísta" que predicaban entonces Juan B. Alberdi en la Argentina, José Químper en Perú, o José María Samper en Colombia.

Estos tres principios básicos aparecían atados a dos intuiciones fundamentales, relacionadas con el diseño institucional. La primera de tales intuiciones decía que ninguna reforma política podía ser realmente útil si no venía acompañada de una profunda reforma económica. De allí que Ponciano Arriaga sostuviera que la reforma constitucional —en la que él estuvo directamente comprometido, en México— no tenía el mínimo sentido si no se acompañaba de una radical reforma de la propiedad ("La Constitución —decía Arriaga— debe ser la ley de la tierra"). De allí también que Murillo Toro —responsable de la adopción del sufragio universal en Colombia— afirmara que las innovaciones en materia de sufragio no cambiarían nada, sin el acompañamiento de sustanciales reformas en la propiedad de la tierra.

La segunda intuición fundamental se vinculaba con una postura fuertemente antipresidencialista que —en algunos casos, como en el del radical Francisco Bilbao— implicó una postura directamente contraria a "toda representación". Esta vocación antipresidencialista es la que los llevó a proponer "Ejecutivos de tres cabezas" (porque "tres no se unen para oprimir") contra los deseos de Simón Bolívar, en Perú o Venezuela. Esta misma vocación es la que los llevó a proponer —y conseguir— mandatos presidenciales de sólo dos años y organizaciones territoriales ultrafederalistas, como en Colombia.

Sea cual sea el modo en que hoy queramos describir al "progresismo" latinoamericano de nuestro tiempo, parece claro que —salvo aparentes excepciones— él tiene muy poco que ver con la tradición igualitaria que los actuales líderes podrían estar interesados en reivindicar.

Contra aquella tradición, el actual "progresismo" tiende a ser agresivamente presidencialista; promueve el asistencialismo paternalista más que el asociacionismo cívico; suele descuidar la reforma política (salvo la que se orienta a preservarlo en el poder); y tiende a mantener índices históricamente insólitos de desigualdad.

Lamentablemente, en esta trayectoria, muchos de los líderes regionales son acompañados por pensadores, tanto oficialistas como críticos, que aún hoy —insólitamente— se empeñan en enfatizar los aspectos de decisionismo y liderazgo que, según nos dicen, constituirían un componente indispensable de la política regional. A ellos cabría decirles que, en países fragmentados como los nuestros, el decisionismo y el liderazgo pueden ayudar a las políticas del orden, pero nunca —como ya lo hemos visto durante siglos de historia— a las políticas por una genuina igualdad.

 

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