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de Dante Lopez Foresi: transgenicos y atentado a embajada Israel

TRANSGÉNICOS

Sin saberlo, estás comiendo transgénicos. ¿Qué son? Con la ingeniería genética hay empresas que colocan genes de pescado en tomates, genes de bacterias en maíz, genes de petuñas en soja y genes de humanos en cerdos.
Un transgénico es un Organismo Genéticamente Modificado (OGM), un organismo vivo que ha sido creado artificialmente manipulando sus genes. Las técnicas de ingeniería genética consisten en aislar segmentos del ADN (el material genético) de un ser vivo (virus, bacteria, vegetal, animal e incluso humano) para introducirlos en el material hereditario de otro.

La diferencia fundamental con las técnicas tradicionales de mejora genética es que permiten traspasar las barreras entre especies para crear seres vivos que antes no existían en la naturaleza. Se trata de un experimento a gran escala basado en un modelo científico que está en discusión ya que el conocimiento sobre el funcionamiento de los genes es todavía muy limitado y las técnicas actuales de ingeniería genética no permiten controlar los efectos de la inserción de genes extraños en el ADN de un organismo.

Los transgénicos llegaron con la promesa de erradicar el hambre en el mundo, basados en una agricultura de tipo industrial llamada “revolución verde”. Sin embargo, los resultados están a la vista: la frontera agrícola avanzó sobre los bosques nativos, se produjo pérdida de biodiversidad, se concentró la tenencia de la tierra, se aumentó considerablemente el uso de agroquímicos, se contaminaron los suelos, y se perdió soberanía alimentaria.

Consecuencias del uso de Transgénicos

Los riesgos sanitarios a largo plazo de los transgénicos presentes en nuestra alimentación o en la de los animales cuyos productos consumimos no han sido evaluados seriamente y su alcance sigue siendo desconocido. Nuevas alergias, y aparición de nuevos tóxicos son algunos de los riesgos que corremos al consumirlos.

Una vez liberados al medio ambiente los transgénicos no se pueden controlar. La contaminación genética pone en peligro variedades y especies cultivadas tradicionalmente, y es irreversible e impredecible, no se puede volver a la situación de partida.

Las variedades transgénicas pueden contaminar genéticamente a otras variedades de la misma especie o a especies silvestres emparentadas. Por ejemplo, en México, el centro de diversidad y origen mundial del maíz, los maíces transgénicos importados de Estados Unidos están contaminando las variedades tradicionales.

El aumento del uso de productos químicos eliminan o afectan gravemente a la flora y a la fauna. Con las plantas tolerantes a herbicidas, el agricultor debe usar cada vez más cantidad de agrotóxicos para acabar con las llamadas "malas hierbas". Hoy por hoy existen datos que demuestran que, debido a esto, se están utilizando muchos más pesticidas en los cultivos transgénicos que en los convencionales. Con esto, la presencia de glifosato (el herbicida asociado a la soja transgénica RR de Monsanto) en el suelo, en las aguas y en los alimentos es cada vez mayor.

La introducción de los OGM en la agricultura exacerba el monopolio de unas pocas multinacionales sobre la producción de alimentos. Sólo un puñado de empresas (el 90% de los transgénicos están en manos de Monsanto) controlan el mercado de estas semillas y de los productos químicos asociados. Estas multinacionales han patentado sus semillas, han decidido ponerle precio a la vida, cuando la riqueza de la biodiversidad siempre ha sido un patrimonio de los pueblos y nunca ha tenido propietarios que pudieran cobrar a un campesino por utilizar las semillas de sus propias cosechas. La semilla, además de ser un insumo clave para los productores es la base de la soberanía alimentaria: no pueden pertenecer a unos pocos en detrimento de la inmensa mayoría.

Los transgénicos llegaron con la promesa de erradicar el hambre en el mundo, basados en una agricultura de tipo industrial llamada “revolución verde”. Sin embargo, los resultados están a la vista. La revolución verde fue una campaña de gobiernos y empresas para convencer a los agricultores de países en desarrollo para que sustituyeran cultivos autóctonos por variedades de alto rendimiento dependientes de productos químicos y fertilizantes.

Lejos de constituir un medio para luchar contra el hambre, con los transgénicos han aumentado los problemas alimentarios. Los países que han adoptado masivamente el uso de cultivos transgénicos son claros ejemplos de una agricultura no sostenible. En Argentina, por ejemplo, la entrada masiva de soja transgénica exacerbó la crisis de la agricultura con un alarmante incremento de la destrucción de sus bosques nativos, el desalojo de indígenas, campesinos y trabajadores rurales, un aumento del uso de herbicidas y una grave sustitución de la producción de alimentos para consumo local.

La política de concentración promovida por Monsanto ha creado un modelo de sociedad donde unos pocos se llevan los beneficios a costa de la mayoría y donde se incrementan las diferencias entre pobres y ricos. En Argentina, por ejemplo, 160.000 familias tuvieron que abandonar sus tierras en la última década porque no podían competir con las grandes agropecuarias.

La Tierra produce comida suficiente para alimentar a toda la población mundial. El problema del hambre se debe al mal reparto de los recursos y se puede resolver con decisiones políticas. En las condiciones actuales de organización de los mercados un aumento de la producción no serviría para abastecer a los más necesitados sino para aumentar la concentración de la riqueza.

La solución al hambre y la desnutrición pasa por el desarrollo de tecnologías sostenibles y justas y por el empleo de técnicas como la agricultura y la ganadería sustentables. Éstas ya existen pero carecen del apoyo necesario para su puesta en marcha o para su generalización. La industria biotecnológica utiliza su poder comercial y su influencia política para desviar los recursos financieros que requieren estas soluciones duraderas y sostenibles.

Fuente: http://www.greenpeace.org/argentina/transgenicos

ATENTADO CONTRA LA EMBAJADA DE ISRAEL

RELATO, CONFESIONES Y DUDAS DE UN CRONISTA TOC...TOC...TOC Las dudas que aún nos quedan a quiénes escuchamos lo que no se informó y vimos lo que no se mostró. ¿Existió un coche-bomba?. ¿Dejó un cráter sobre el asfalto de la calle Arroyo?. ¿Porqué el embajador israelí suspendió las tareas de rescate cuando aún se presumía que había sobrevivientes en los subsuelos?.   Por Dante López Foresi   El 17 de marzo de 1992 quién firma este artículo trabajaba como cronista del programa “Despertar al país”, que se emitía todas las mañanas por el entonces llamado ATC y era conducido por el recordado y extrañado Daniel Mendoza. A las 14,47 hs, momento exacto de la explosión, me encontraba en el estacionamiento subterráneo ubicado sobre Avenida Corrientes esquina San Martín. A pocas cuadras del lugar. Debo reconocer que mi primera impresión fue que se había iniciado un temblor o terremoto. Hay que tener en cuenta que en Argentina fue la primera vez que sufrimos un atentado terrorista con explosivos de tan alto poder. En ese momento solamente tenía mi grabador de mano, ya que también trabajaba en Radio del Plata por la mañana. No recuerdo exactamente porqué ese día no estaba en el canal. Ah si...empezaba mi turno en un par de horas. Corrí todas las cuadras que separan el garage mencionado con lo que quedaba de la Embajada de Israel. Decenas de personas, de cronistas, de argentinos solo atinábamos a mirar con una infantil cara de asombro y de terror y a caminar en círculos levantado trozos de vidrio, de cemento, de ladrillos. Jamás habíamos visto semejante calamidad. Todos recuerdan la conmovedora aparición espontánea de los ciudadanos que –luego de enterarse a través de los medios de comunicación del espantoso atentado- se acercaron a la calle Arroyo para colaborar en lo que fuera necesario. Se les colocó una pechera amarilla pocas horas después. Fue la primera vez que percibí esa extraña mezcla entre aroma y sensación indescriptible de la muerte por asesinato. Allí comprobé que esa muerte despierta un sexto sentido profundo en todos los que sobrevivimos. ¿Miedo?. ¿Espanto?. ¿Aturdimiento?. Si...todo eso y algo que es inexorablemente inexplicable. Pero sigamos con el relato. Esa noche casi no dormí, y a la mañana siguiente se me encomendó el desafío de transmitir en vivo y directo para todo el país y el mundo desde el lugar del atentado entre las 7 y las 9 de la mañana, cumpliendo mis funciones de cronista en el programa del querido Daniel Mendoza. Fue una sensación de honor y de un profundo temor. Todo lo que había aprendido mal o bien del oficio hasta esa mañana quedaba entre paréntesis. Nada servía. Todo se volvía a inventar. Aunque resulte doloroso y sin medir las consecuencias, creo que luego de 15 años siento el deseo y la obligación de contar ciertas cosas que hasta hoy callé, un poco por no lastimar a familiares de las víctimas y otro poco por ese temor que se siente al revivir recuerdos e imágenes tan escalofriantes. Y –sobre todo- no conté nada durante 15 años porque no poseo una sola prueba de lo que voy a relatar a continuación, pero tengo todas las certezas. Todo lo que usted pueda imaginar como morboso y escalofriante es poco: trozos de cuero cabelludo, un ojo, un antebrazo. Me cuesta aún contarlo. Pero lo más doloroso no fue ver eso mientras realizaba mis varias salidas al aire informando sobre la mañana más conmovedora por lo espantosa de la historia argentina, siendo conciente de que en todo el país estaban pendientes de lo que decía con extrema avidez de noticias, sino lo que voy a relatar a continuación y que es, justamente, el único silencio del cual me culpo luego de tantos años de ejercer mi oficio. Recién terminábamos de informar que el embajador israelí había ordenado que se suspendieran las tareas de remoción de escombros. El argumento que se nos brindó fue que “puede provocar más desmoronamientos y si hay sobrevivientes, aplastarlos”. Personalmente, no creí en la excusa. Y recuerdo no haber sido el único. Un voluntario se acercó a mí en uno de los cortes y cuando ya no estaba en el aire de ATC y mientras esperaba mi próxima salida. En su mano tenía un palo..un trozo de madera. Me llevó hasta el supuesto cráter que la supuesta camioneta-bomba Ford F-100 había dejado. “¿¿Eso te parece un cráter??”- me preguntó de manera airada. Aunque sea materia opinable y la Justicia haya determinado que tenía 1 metro y medio de profundidad, debo decir que el sentido común me sigue indicando –a quince años del atentado- que lo que vi no era un cráter. Semejante explosión no pudo haber dejado una marca en el asfalto de tan escasa profundidad. Lo que vi no era un metro y medio ni mucho menos. Lo vimos todos los cronistas, pero me hago responsable por lo que personalmente observé. Pensé en esa costumbre tan argentina de convertirnos en especialistas de lo que fuere con tal de “tener la posta” y esa tendencia a ser peritos en materias supinamente desconocidas por nosotros, y decidí no ahondar sobre la cuestión. Además, estábamos realmente desbordados por versiones, evidencias y hechos que debían ser informados y nunca opinados. Todo era realmente caótico y no había tiempo ni espacio para detenerse en "detalles". Solo habían pasado unas pocas horas desde la explosión.  Una pregunta que aún me hago, quizás por ignorante y desinformado: ¿alguna vez se publicaron fotografías de los restos de esa supuesta camioneta que la Justicia dijo haber hallado?. Lo pregunto solamente de puro desinformado. Sigo. Este voluntario –de quién no sé su nombre y a quien jamás volví a ver- no era el “cráter” lo único que quería mostrarme. Había visto y escuchado mi último informe por ATC y se acercó a mi decidido a presentarme pruebas. Me tomó del brazo pidiéndome “acompañame por favor”. Me llevó hasta donde –según se decía- se encontraban los primeros subsuelos de la   embajada. Se encontraba en sentido opuesto a la pequeña sala que había sido improvisada como “centro de operaciones” de los amateurs rescatistas voluntarios en una edificación lindera con la embajada. Me llevaba del brazo hacia la zona de la embajada más cercana a la calle Suipacha. Una versión circulaba insistentemente: debajo del sitio exacto donde nos dirigíamos habría algo que el gobierno israelí no estaría dispuesto a mostrar al público y que deseaba esconder celosamente. Y recordemos que el terreno de una embajada es considerado diplomáticamente como territorio del país al cual representa. ESE LUGAR puntual era territorio israelí.  Una guardia numerosa de la Policía federal nos impedía a los periodistas o voluntarios llegar hasta la zona. Recordemos que las labores de rescate estaban suspendidas por órdenes del embajador. ¡A pocas horas de ocurrido el atentado!. Los agentes del Mossad (servicio de inteligencia de Israel) ya estaban en el país. Todo era terriblemente desconcertante y confuso y, reitero, era la primera experiencia argentina en atentados de semejante magnitud. El muchacho que me guió, que no llegaba a los 30 años, golpeó 3 veces en el suelo (suelo argentino...a centímetros del suelo considerado como israelí) con ese trozo de madera. Y escuchamos, solo él y yo, como desde las profundidades nos devolvían el mismo código de comunicación: “TOC..TOC...TOC...”. Era la prueba de que aún quedaban sobrevivientes. Inmediatamente corrí al móvil de exteriores de ATC y pedí que me dejaran salir al aire de manera urgente. Mi intención era hacer público mi descubrimiento o, mejor dicho, el descubrimiento de ese voluntario anónimo. Es más. Todos los voluntarios insistían ante los cronistas que había sobrevivientes y era un verdadero crimen suspender las tareas de rescate. Desde el canal me dijeron: “Esperá Dante...ya viene Daniel (Mendoza) y contale a él” . La respuesta de Daniel fue: “Todavía no digas nada...esperá”. Esperé una eternidad. Seguramente fueron pocos minutos, ya que Daniel estaba aprovechando una tanda publicitaria para...¿para qué?. Pero sentí esos minutos como una vida entera cargada de ansiedad. Y lo noté a Daniel tan ansioso como yo por dar a conocer esa información lo antes posible. No olvidemos que Daniel Mendoza fue uno de los mejores (sino el mejor) cronista de Argentina. La distancia de los años me impide recordar detalles, como el tiempo que demoró una voz desde el canal a través del móvil de exteriores en decirme: “Dante...ni se te ocurra decir todavía lo que viste o escuchaste...después Daniel te va a explicar”. “¡¡ Pero van a dejar morir a personas...no sean hijos de puta !!”- grité. La respuesta fue un “quedate tranquilo”, y después...el silencio. Así ocurrió, palabras más, palabras menos. Ninguna prueba. Ofrecí acercarme al lugar con cámara y micrófono y que se escuche en vivo y directo lo que yo había escuchado. Fue en vano. Lo que acabo de relatar es una confesión cargada de culpa que me persigue desde aquel fatídico marzo de 1992. ¿Porqué no lo dije antes?. Para decir algo debe haber alguien dispuesto a escuchar y resolver. Era 1992. Siempre me inspiré en decir solo lo que pudiera probar. Y así lo hice, hasta hoy. Nunca hablamos con Daniel Mendoza sobre el episodio. Nunca pregunté. Sabía las respuestas. ¿Para qué preguntar?. Presiento que Daniel quedó -hasta su trágica muerte- con la misma frustración que yo por no poder investigar más a fondo y permitirme salir al aire cuando lo supliqué. Solo lo presiento. El presidente era Carlos Menem. Si mal no recuerdo el Ministro del Interior era José Luis Manzano. ¿O Carlos Corach?. No recuerdo ni tengo ganas de buscar esa información ahora...¿qué más da?. Eran lol mismo y simbolizaban lo mismo. Trabajaba para un programa independiente, pero en el canal oficial. No fui empleado de ATC jamás. La Corte Suprema era abiertamente menemista. Horas después, miles de almas se habían concentrado en la avenida 9 de Julio aplaudiendo a rabiar al embajador Itzhak Shefi. Al mismo que ordenó la suspensión de las tareas de remoción de escombros. La solidaridad argentina estallaba, y me recuerdo mirando a la multitud pensando "si supieran". Las tareas de remoción de escombros se reiniciaron uno o dos días después. Poco tiempo después quién fue removido de su cargo fue el embajador. Nunca volvimos a escuchar sobre su destino. Un par de años más tarde un atentado aún más brutal como el perpetrado contra la AMIA hizo que aquel 17 de marzo de 1992 quedara sepultado en la memoria de los argentinos como un episodio difuso y difícil de recordar en detalle. Sepultado. Es una palabra que para mi cambió de significado desde aquel marzo de 1992. Sepultados.  ¿Dejaron morir a personas para que no se descubra algo que había en los sótanos de la embajada?. ¿Habrán sido ciertas esas versiones?. ¿No es demasiada coincidencia que la orden del embajador fuera casi simultánea con la llegada al país de los primeros agentes del Mossad?. ¿Porqué ese voluntario me eligió únicamente a mi para presentarme esa prueba?. ¿Solo porque desde el único televisor que tenían en su “búnker” los voluntarios estaban sintonizando ATC?. ¿Será cierta la "pista israelí" de la que tanto se habla?. ¿Matar a su propia gente?. Esos sonidos que escuché..¿habrá sido pura sugestión causada por el horror?. Respuestas que jamás conoceré. Recuerdo que hasta pasado mucho tiempo luego del episodio, nuestros diálogos entre cronistas que habíamos cubierto el atentado giraba siempre en torno de esas dudas. Por mi parte, solo una vez conté a un grupo de compañeros lo que ese voluntario me mostró. Noté gestos incrédulos. Opté por no repetir la historia. El único capital que poseemos los periodistas es la credibilidad. Ellos, optaron por lo mismo que yo: seguir trabajando y cubriendo las noticias que desde las redacciones nos ordenaban. Hasta que en 1995 decidí no volver a trabajar en relación de dependencia, cosa que sigo haciendo. Recién hoy confieso los motivos de mi renuncia a una de las mejores radios del país en 1995 para lanzarme a tientas a buscar hasta hoy un espacio propio. No puedo acusar a nadie. Como dije, no tengo pruebas. Jamás fui un fabulador y lo demostré hasta ante la Justicia en otras circunstancias. Pero ese episodio no es una anécdota más. Ya no espero que algún día se confirme judicialmente y luego de investigaciones profundas lo que personalmente vi y escuché. ¿Acaso el crimen fue esclarecido?. ¿Hubo voluntad del gobierno y la Justicia de los `90 por esclarecer semejante aberración?. ¿Hubo voluntad de Israel por hacer Justicia? Hoy en la AMIA ciertos objetos son conservados como recuerdos y símbolos de ese horror, en memoria de las víctimas. No conozco que haya ocurrido lo mismo con los restos de la Embajada. Y menos, con lo que haya permanecido en los subsuelos. Es una incógnita que jamás se develará. Concluido este artículo no crea que me siento más desahogado. Hay tres sonidos que vienen a mi cada 17 de marzo. Y otros días también. Casi todos los días: TOC – TOC – TOC.

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