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De Irak a Europa: opiniones

OPINION
Este mundo “civilizado”

Por Washington Uranga
El nuevo atentado en Londres dará lugar sin duda a nuevos ríos de palabras escritas y pronunciadas. Incluidas éstas. Las que explican o buscan explicar, las que condenan y las que justifican también lo injustificable. Como en la mayoría de los casos, son más bien pocas las que buscan informar, aclarar, echar luz sobre acontecimientos como éste que si por algo sobresalen es, en primer lugar, por su estela de muerte y luego por su opacidad. La falta de transparencia consiste, entre otras cosas, en focalizar las miradas sólo en el hecho trágico y condenable del atentado y perder de vista otros muchos acontecimientos por lo menos de igual gravedad que están sembrando muerte en el mundo. Es la misma falta de transparencia de quienes se autodesignan “líderes mundiales” y de las “naciones civilizadas del mundo”. Si algo queda claro es que este tiempo de la sociedad internacional no es un tiempo en el que las palabras tienen valor. Tony Blair puede decir que “no lograrán destruir lo que construimos en este país y en otras naciones civilizadas”. No podrá decir, en cambio, que él mismo y los llamados líderes del G-8 siguen aumentando su preocupación por la “seguridad” entendida unilateralmente como autodefensa de los privilegios de quienes siguen acumulando riquezas y poder en el mundo. Hay que discutir sobre la seguridad en el mundo. Pero la seguridad tiene que ver directamente con la vida, con el valor de la vida y con el compromiso de todos los hombres y mujeres para disminuir la secuela de muerte. La que siembran las bombas, los atentados terroristas, pero también la muerte promovida desde el hambre y la falta de lo elemental. En el mundo actual las palabras dejaron de tener sentido. Los terroristas hablan a través de sus actos de muerte, sembrando pánico y terror. No buscan convencer, quieren destruir y doblegar. George Bush y su aliado Blair hicieron lo mismo cuando planificaron el “atentado” contra Irak. Mintieron y siguen mintiendo. No había armas peligrosas en Irak. Sí un pueblo que con sus muertos incrementa día tras día el saldo final de víctimas del atentado contra Irak. Y por cierto que ninguna violencia justifica la contraviolencia. Según la ONU, en Africa la esperanza de vida es de 45,6 años contra 78,9 años en Europa. La mortalidad infantil es de 101 por mil en Africa y en Europa del 4,2 por mil. Cinco millones de niños africanos morirán antes del 2015 si los “líderes del mundo civilizado” no modifican el rumbo de sus decisiones, sobre el destino y la acumulación de las riquezas. Las palabras sobran y no sirven si no van acompañadas de gestos, de acciones que cambien el rumbo. Así lo entendieron también los artistas que se reunieron en Live-8. Se acabaron las palabras. El terrorismo habla, implacablemente, a través de su siembra de muerte. Los líderes del “mundo civilizado” siguen hablando de “lo que construimos” vaciando de sentido su propio discurso porque simultánea, pertinaz y cínicamente desconocen lo que destruyen, la vida que aniquilan, las muertes que generan con sus políticas y sus decisiones. Cuando la muerte es lo único real, la retórica no aporta. Cuando el clamor es por la vida, no se puede elegir entre los “civilizados” y los que no lo son. Lo que hace falta es que la palabras vuelvan a tener sentido y que consecuentemente se transformen en hechos en favor de la vida. Y en eso todos estamos comprometidos.

OPINION
Terrorismos Por Atilio A. Boron


Hoy el terrorismo se convierte nuevamente en noticia excluyente de todos los medios de comunicación a escala mundial. ¿Qué ha ocurrido? ¿Acaso se trata de una patológica excrecencia que viene a alterar la paz, la tranquilidad y la justicia que imperan en el sistema internacional? Al igual que los atentados anteriores, los que derrumbaron las Torres Gemelas de Nueva York y los que troncharon la vida de tanta gente en la Estación Atocha, el acontecido en Londres el jueves merece el más enérgico repudio. Pero aparte de condenar es preciso entender. Entender, por ejemplo, las razones que explican la emergencia de este terrorismo. Sin esa comprensión será muy improbable que alguna vez esta plaga dejara de azotar a la humanidad. Para ello es preciso ponerse en guardia contra la trampa que nos tienden los “intelectuales biempensantes”, para usar la afortunada expresión de Alfonso Sastre: ellos nos invitan a fulminar sin atenuantes aquellas monstruosidades pero (a) sin preguntarnos por el origen de las mismas, y (b) clausurando toda discusión sobre el otro terrorismo, el que surge y se consolida a partir de Hiroshima y Nagasaki como una política de Estado implementada por Washington con el aval ético y político de los gobiernos del capitalismo avanzado. De este modo, los ideólogos del orden naturalizan e invisibilizan al terrorismo institucionalizado. Mediante esta alquimia ideológica, se convierte en “lucha contra el terrorismo”, mientras que el terrorismo de sus adversarios, rota su relación dialéctica con el primero, deviene en la siniestra expresión de unos pocos genios malignos que andan sueltos por el mundo.
La humanidad está atravesando por una de sus más peligrosas coyunturas. Para comprender lo ocurrido y para buscar estrategias efectivas para enfrentar los actuales desafíos, conviene examinar las siguientes cuestiones. ¿Cómo ignorar la enorme y decisiva responsabilidad de los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos en la promoción a escala planetaria del terrorismo? ¿No lo legitimó, acaso, con el bombardeo atómico descargado sobre aquellas dos indefensas ciudades japonesas, inaugurando de ese modo la etapa terrorista en la historia del capital? ¿Y qué decir de los innumerables asesinatos políticos, preparados y perpetrados en los cinco continentes desde finales de la Segunda Guerra Mundial por la CIA, con el pretexto de “contener la expansión comunista”? ¿Y de los golpes de Estado contra nacientes democracias en la periferia o de los planes de exterminio de disidentes, como el Plan Yakarta, que en pocos meses cobró medio millón de vidas en Indonesia a mediados de los años sesenta? ¿O, más cerca de nosotros, las atrocidades sistemáticas fríamente aplicadas por el Plan Cóndor en el Cono Sur, causantes de torturas, desapariciones y muertes de decenas de miles de personas? Un gobierno que inventa monstruos como Osama bin Laden y Saddam Hussein, que luego se vuelven en su contra; que incurre en gravísimas violaciones a los derechos humanos en las cárceles de Abu Ghraib o en la base naval de Guantánamo; que hace gala de su presunta “superioridad” racial y civilizatoria destrozando países enteros como Afganistán e Irak, acabando con sus tesoros culturales y provocando indecibles “daños colaterales” entre la población civil; que mantiene hace medio siglo un inmoral y criminal bloqueo económico contra Cuba; que con sus 725 bases militares dispersas por todo el mundo –cifras oficiales del Pentágono– sostiene a punta de bayoneta un “orden mundial” que, según las Naciones Unidas, produce 100.000 muertes diarias, repito, diarias, a causa del hambre y de enfermedades curables; que aloja y protege en su territorio a terroristas confesos y juzgados como Posada Carriles, culpable de la voladura del avión de Cubana de Aviación, ¿puede un gobierno como ése, o sus aliados, sorprenderse ante la violenta respuesta de sus víctimas? ¿O pensaban que la instauración del terrorismo como sistema, que es la nota más característica de la fase actual del capitalismo, iría apenas a tropezar con la inocua oposición de una tertulia de flemáticos príncipes árabesque, en algún club privado londinense, mascullarían en voz baja contra las tropelías de Occidente? ¿Cómo pudieron Aznar antes y Blair ahora pensar que su servil e indigna política de incondicional apoyo al terrorismo institucionalizado de los Estados Unidos –esa que los “intelectuales biempensantes” tanto se cuidan de exponer y denunciar– podría pasar desapercibida y no desencadenar las violentas represalias de sus víctimas? Si de verdad se quiere acabar con el flagelo del terrorismo, hay que comenzar por desahuciar el doble standard moral instituido por la política exterior norteamericana: un terrorismo bueno, auspiciado y practicado por el imperio y sus agentes y llamado eufemísticamente “guerra humanitaria”, “lucha contra el terrorismo” o “exportación de democracia”. Y el terrorismo malo, que es el que ejercen sus rivales. La tragedia de Londres, por lo tanto, pese a su inhumanidad, no debiera sorprender a nadie. Es simplemente el rostro negado y oculto del otro terrorismo, del oficial, que día a día se practica en medio de la más total impunidad y ante el silencio de los grandes medios que, día a día, manufacturan el consenso de nuestras sociedades.

Por Guillermo Altares *
Desde Londres

Cientos de musulmanes de decenas de nacionalidades asistieron a la plegaria del viernes en la abarrotada mezquita de East London, cuyo imán, Abdul Qayyum, condenó con dureza los atentados terroristas contra Londres. Después de la oración, representantes de ocho religiones participaron junto a los líderes islámicos en una marcha a la cercana estación de Aldgate, donde estalló la primera bomba de ayer y murieron siete personas. Sin embargo, apenas solapado por la solidaridad interreligiosa y por la vida cotidiana, el miedo era palpable en este barrio en el que viven 75 mil musulmanes, la mayor concentración del Reino Unido.
“En estos tiempos difíciles, algunos miembros de nuestra comunidad pueden sentirse inseguros sólo porque son musulmanes. Pero estos acontecimientos terribles no tienen nada que ver con nosotros, los musulmanes de Londres han sido las víctimas al igual que el resto de sus conciudadanos”, exclamó en su plegaria Abdul Qayyum, un religioso que cuenta con una importante influencia en el barrio. “En los momentos inmediatamente posteriores a estos acontecimientos terribles, debemos tener mucho cuidado de no propagar rumores falsos basados en información no fiable”, agregó.
Poco antes de la ceremonia religiosa, Muhammad Abdul Bari, presidente del Centro Musulmán de Londres anexo a la mezquita, aseguraba que había recibido mensajes amenazadores por correo electrónico, aunque insistió en que esto era algo habitual desde el 11-S. “Espero que los londinenses reaccionen sin violencia y que si hay incidentes, sean aislados. Los musulmanes no tienen que caminar con la cabeza baja por lo que ha ocurrido porque no tiene nada que ver con ellos.” Un portavoz de la Policía Metropolitana, contactado por la tarde, aseguró que no había recibido ninguna denuncia por violencia sectaria, mientras que Ian Blair, jefe de Scotland Yard en Londres, habló de “uno o dos incidentes menores”.
Ante una discreta presencia de las fuerzas de seguridad, un poco más nutrida que cualquier otro viernes, día sagrado para los musulmanes, decenas de personas abandonaban la mezquita en torno a las dos de la tarde: procedían de Somalia, Bangladesh, Pakistán, Argelia o Irak, algunos iban vestidos a la occidental, otros con largas barbas y chilabas. Afuera se repartía todo tipo de propaganda, desde anuncios de ferias hasta pasquines del grupo radical Hizb ut Tahrir, cuyo objetivo es establecer un califato que una a todos los musulmanes del mundo.
Los comercios permanecían abiertos, pero no había demasiada gente en las calles, sobre todo para un viernes festivo. Un parque cercano a Whitechapel Road, donde está la mezquita, permanecía desierto. Pese a los llamamientos a la concordia y a la presencia de altos representantes de todas las religiones, también han pesado las declaraciones de otros líderes. “Nosotros no hemos pedido a nadie que se esconda. Las diferentes comunidades han vivido en paz desde hace muchos años en esta zona de Londres”, afirma Muhammad Abdul Bari. Pero esta tradición de convivencia no puede borrar la inquietud. “Claro que tenemos miedo porque han acusado inmediatamente a los musulmanes”, explica Rashid, un argelino que asiste todos los viernes a la oración. Escasos en un país con una enorme tradición de convivencia –en Londres se hablan 300 idiomas diferentes–, los disturbios no son, sin embargo, desconocidos: en mayo del 2001, la ciudad de Oldham, en el norte de Inglaterra, vivió tres días de violencia racial, los peores desde 1980. “Uno de cada diez habitantes de Londres es musulmán. Nosotros también hemos sido víctimas”, manifestó Bari. En la capital británica vive un millón de los 1,6 millón de musulmanes que habitan en el Reino Unido.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

Por Ernesto Ekaizer *
Desde Gleneagles

El primer ministro británico, Tony Blair, hizo firmar a cada uno de los jefes de Estado y de gobierno del G-8 (EE.UU., Alemania, Japón, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá y Rusia), por primera vez en la historia de estas cumbres, un ejemplar de los acuerdos alcanzados –prácticamente un libro que supera las 100 páginas–, entre los que se destacan el incremento de la ayuda a los países pobres hasta llegar a 50.000 millones de dólares anuales en 2010, cuya mitad irá a Africa, y la cancelación de la deuda a 18 países por valor de 40.000 millones de dólares. En materia de cambio climático, se relanzará la negociación en noviembre. Blair admitió ayer que los pactos no se alcanzarán por figurar en el comunicado, sino que ahora hay que cumplir los acuerdos.
La puesta en escena del comunicado final fue estudiada como si se tratara de una película de Hollywood. Blair apareció arropado por sus colegas del G-8, el presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, y el director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Rodrigo Rato. Leyó un comunicado final a modo de resumen del libro acordado y estampó su firma sobre él. A continuación pasó el bolígrafo a cada uno de sus socios, quienes fueron pasando uno por uno a modo de ceremonia. Más tarde, Blair explicaría que es la primera vez que se hace una cosa así. “Lo que se ha pactado no se va a conseguir porque figure en un comunicado. Ahora hay que pasar a los hechos”, explicó en la rueda de prensa posterior. Si bien cada uno de los jefes de Estado y de gobierno, como es habitual, intentaron en sus conferencias de prensa arrimar el agua a su molino, quien batió el record de autocomplacencia fue George W. Bush. El presidente norteamericano hizo difundir su versión de los acuerdos y canceló la rueda de prensa prevista. Bush, según informaron fuentes de la Casa Blanca, pensaba hablar con la prensa norteamericana a bordo del avión Air Force One, de regreso a casa. La versión de esta cumbre, según el comunicado de la Casa Blanca, es que en la mayoría de los asuntos fue Bush quien llevó la batuta, y a lo sumo admite compartir estrellato con Tony Blair.
Los acuerdos alcanzados superan holgadamente los dos grandes temas propuestos por Blair: ayuda al desarrollo de los países pobres, y dentro de ellos a Africa, y cambio climático. Se han adoptado, además, resoluciones que reflejan el impacto de los atentados terroristas de Londres, como un manifiesto de “contraterrorismo”, Irak, no proliferación de armas de destrucción masiva; el proceso de paz de Medio Oriente, con la asignación de 3000 millones de dólares para la construcción de infraestructuras en Palestina, según había solicitado James Wolfensohn, enviado a Gaza y Cisjordania; gobierno e instituciones; el plan para el Amplio Oriente Medio; la eliminación de los subsidios agrícolas por parte de los países ricos y muchas otras cuestiones.
Blair admitió, al presentar las resoluciones, que nunca se puede conseguir en política todo lo que uno quiere. Si bien no iba a poner “sobreprecio” a lo que se había pactado, tampoco estaba por la labor de “infravalorar” lo que él y su ministro de Finanzas, Gordon Brown, a quien agradeció de manera solemne por su trabajo, habían conseguido. Según destacó, el incremento de la ayuda a los países pobres en 50.000 millones de dólares anuales hacia el 2010 es un gran avance. De ellos, 25.000 millones serán dirigidos a Africa. También subrayó la cancelación del 100 por ciento de la deuda de 40.000 millones que mantienen 18 países (14 del Africa Subsahariana) con los organismos multilaterales de crédito.
El movimiento “Hacer de la pobreza historia”, que se ha movilizado junto con los cantantes Bob Geldof y Bono en apoyo de los planes de Blair, consideró positiva la ayuda al desarrollo pactada, pero la colocó en su contexto. “La promesa del G-8 de incrementar la ayuda al desarrollo en 50.000 millones de dólares en cinco años sale de dinero ya comprometido. Sólo alrededor de 20.000 millones de dólares es dinero fresco. Y una parte de éste se tomará prestado contra presupuestos de ayuda futura antes que de nuevas contribuciones”, señaló en un comunicado. Pero tanto Bono como Bob Geldof se manifestaron satisfechos por los resultados.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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