El paraiso utopico Guidos
Si la eternidad nos obsesiona, ¿qué nos podría importar los cambios que se operan en la vida de los pueblos? Para interesarse por ellos, tendríamos que creer, como el revolucionario, que el tiempo contiene en potencia la respuesta a todos los interrogantes y el remedio a todos los males, que su desarrollo implica la reducción de nuestras perplejidades, que el tiempo es el agente de una metamorfosis total.
Pero lo curioso es que el revolucionario idolatra el devenir únicamente hasta que se instaura el orden por el que había combatido: surge luego para él la conclusión ideal del tiempo, el siempre de las utopías, momento único e infinito, suscitado por la llegada de un período nuevo, enteramente diferente a los demás. Eternidad terrestre que cierra y corona el proceso histórico.
La idea de la edad de oro, la idea del paraíso simplemente, obsesiona de igual manera a creyentes y ateos. Sin embargo, entre el paraíso original de las religiones y el paraíso final de las utopías existe la distancia que separa una decepción de una esperanza, un remordimiento de una ilusión, una perfección alcanzada de una perfección irrealizada.
Pero lo curioso es que el revolucionario idolatra el devenir únicamente hasta que se instaura el orden por el que había combatido: surge luego para él la conclusión ideal del tiempo, el siempre de las utopías, momento único e infinito, suscitado por la llegada de un período nuevo, enteramente diferente a los demás. Eternidad terrestre que cierra y corona el proceso histórico.
La idea de la edad de oro, la idea del paraíso simplemente, obsesiona de igual manera a creyentes y ateos. Sin embargo, entre el paraíso original de las religiones y el paraíso final de las utopías existe la distancia que separa una decepción de una esperanza, un remordimiento de una ilusión, una perfección alcanzada de una perfección irrealizada.
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