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El progresismo sin etica

Más allá del voluntarismo del autor, creo que el problema
planteado es más grave que lo que puede parecer a primera vista ya que efectivamente, si no hay ética no hay ningún progresismo posible
y al faltar el progresismo, a partir de que se instaló el
pseudprogresismo, se abrió el camino a otras alternativas que
perfectamente pueden resultar regresivas en términos económicos,
culturales y sociales. Sin duda, existen responsables de la derrota del
progresismo porteño. Se acerca el tiempo de su depuración. Veremos
como se traduce en las estructuras partidarias, el mensaje
expresado por la sociedad en las urnas.
Pese a todo siguen existiendo un sinnúmero de oportunidades institucionales que esperemos se logren instrumentar.
Octavio
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Sin ética no hay progresismo

La participación política ha sido abandonada o está por ser ser
abandonada por muchos habitantes de la Nación afiliados a partidos
políticos, y numerosos argentinos ya son indiferentes o repudian
dicha actividad. Esto se debe a la persistencia de prácticas que
ofenden la inteligencia y sensibilidad ético-moral de los afiliados y
de la ciudadanía. Esta situación que nos lleva al deterioro de las
instituciones, también abarca a los partidos progresistas y merece
ser analizada, comenzando con el "deber ser" del mismo (su ideal)
contrastándola con su accionar (su realidad).

El partido progresista (o una alianza progresista), como institución
que unifica una voluntad colectiva de transformación social, debe
ser, en su práctica y su ética la prefiguración de la nueva sociedad
que quiere construir: profundizar la democracia y la república y los
clásicos principios de igualdad, libertad y fraternidad; a lo que
podemos agregar los de justicia social, equidad en la distribución de
la riqueza, igualdad de oportunidades en educación, salud, justicia y
en los medios de producción, con el mantenimiento de una alta moral
social y el ejercicio con responsabilidad de los deberes y derechos
que establece el Contrato Social. El Estado como asegurador y garante
de su cumplimiento con la participación y el control de la sociedad
civil y sus tres poderes equilibrándose mutuamente.

Un partido político no es una mafia, en la que sus componentes
tienden al logro de un fin que se agota en el beneficio de cada uno
de sus integrantes y sus parientes; el valor implícito es el espíritu
de cuerpo y se rige por aquello de que el fin justifica los medios.

En un partido progresista el valor es la solidaridad, es decir, el
trabajo en común para beneficio de todos aun para quienes no forman
parte del mismo. El partido se proyecta sobre la sociedad toda. Sus
dirigentes son elegidos libremente por sus miembros en asambleas o
elecciones directas sobre la base de padrones limpios y depurados
permanentemente; padrones verdaderos. No es progresista (por más que
así se reivindique) un partido con afiliados que no saben que lo son
o no lo recuerdan; que sólo fueron afiliados para llevarlos a votar
por otros afiliados que ostentan cargos públicos graciables
(asesores, colaboradores, empleados del bloque) otorgados, a su vez,
por el candidato o representante como gratificación por su actividad
punteril y no por méritos reconocidos por todos los afiliados del
partido.

Los dirigentes del partido progresista se renuevan en sus cargos y no
se eternizan ellos; más aun, ante reiterados fracasos de sus
estrategias. Los dirigentes reconocen sus errores y renuncian y
vuelven al llano aunque sea temporariamente. De lo contrario ocurre
lo que vemos en la actualidad, se crea una burocracia política
inamovible.

Los políticos deberían mantener sus trabajos propios de manera que su
medio de vida no sea solamente la política, aunque sea a tiempo
parcial, ya que vivir de la política lleva a despegarse de la vida
cotidiana y a separarse de sus representados. Mientras no se cambien
las leyes, deberían realizarlo en forma espontánea, cambiando sus
estatutos. De no ser así, se constituyen en el político profesional y
la lógica de la situación los lleva a buscar indefinidamente su
reelección y, en caso de no conseguirla, pedir la limosna de un cargo
público o dejarse cooptar por otras fuerzas, generalmente las que
ejercen el poder de turno.

Casos de este tipo hemos visto últimamente, con dolor, en partidos
tradicionales con más de cien años de fundación, y en alguno con
pocos años. Estas trashumancias hablan de la debilidad de las
convicciones y de la desmesura de las ambiciones.

Los dirigentes del partido progresista no se detienen en el cálculo
de los cargos que pueden obtener para beneficio individual ni a ello
adaptan sus estrategias. El Hombre Nuevo se forja en el interior del
partido, en el camino de la acción partidaria hacia el gobierno y
hacia el poder, no después. Después ya es tarde.

Los conceptos expuestos a algunos les parecerán ingenuos, difíciles
de cumplir, utópicos, maniqueos. Mantengamos en alto la mirada.

Hay que lanzarse al rescate de la República y de sus instituciones. Y
entre ellas están los partidos políticos. Existe una tensión
dramática entre ética y política. Una búsqueda sin posesión. El
camino es una autocrítica implacable y el optimismo de la voluntad.

Oscar López Blanco

El autor es médico; fue dirigente socialista.

LA NACION

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