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Gatillo facil policial

Rolando Barbano
rbarbano@clarin.com


Corría desesperado por un campo mojado de llovizna cuando una bala 9 milímetros le acertó al cuerpo por detrás y lo empujó a un zanjón del que ya no se levantaría. Allí esperó el final de la cacería, que lo encontró con los ojos ocultos por su propia remera y el verdugo apuntándole a la frente. Pablo Daniel Martinoli murió así ejecutado, a los 20 años, en un caso que tuvo que esperar toda una década para llegar a juicio oral. La demora no fue casualidad: el acusado del crimen es un ex policía de la Bonaerense, que primero gozó de un expediente hecho a su medida y luego, cuando las cosas se le empezaron a complicar, se fugó.

"Homicidio calificado por alevosía", o matar a traición (porque la víctima no tuvo ninguna posibilidad de defenderse), es la acusación que deberá afrontar desde hoy el ex suboficial principal Ramón Medina, ahora de 53 años. Un tribunal formado especialmente para el juicio dirigirá el debate en la Cámara de Apelaciones de Zárate-Campana, ya que los jueces titulares ya intervinieron de una u otra forma a lo largo del tiempo en este caso considerado como de "gatillo fácil".

El crimen de Pablo ocurrió el 9 de abril de 1997 en un descampado de Escobar, adonde había llegado junto a su amigo Jorge Alejandro Malvido tras una larga persecución en coche. Detrás de ambos iban Ramón Medina, por entonces policía en actividad de la Bonaerense, y el hijo de éste, Pablo Alejandro Medina, quien había sido exonerado de la Bonaerense tiempo antes.

Cómo empezó todo es lo más oscuro del caso. Según los testigos, aquella tarde Pablo y su amigo Malvido llegaron a la localidad de Otamendi -partido de Campana- hablaron con Medina hijo y se llevaron su Fiat Duna blanco.

¿Fue un robo? "No se probó nada judicialmente y creemos que Pablo y el hijo de Medina ya se conocían. De todas formas, nada justifica lo que pasó después", dice hoy a Clarín el abogado de los Martinoli, Adolfo Tournier.

Lo que pasó después fue una locura. Medina hijo fue hasta lo de su padre, quien como él vivía en Otamendi, y ambos salieron en un Renault 9 del policía a correr al Fiat Duna por Panamericana. Nunca pudieron explicar cómo "adivinaron" para dónde ir.

El Duna iba por la colectora, lo que permitió a padre e hijo adelantársele y cortarle el camino. Según constancias judiciales, los Medina bajaron de su auto, esperaron al otro e intentaron persuadirlo a los tiros de que frenara. Un balazo dio en el capot.

Pero el Duna igual siguió adelante. Llegó hasta la entrada de Escobar; allí salió de Panamericana y en la avenida de los Inmigrantes frenó ante un portón. El auto de los Medina llegó unos instantes después.

Padre e hijo vieron cómo Pablo y su amigo corrían por un descampado -la zona está llena de viveros y calles de tierra- y los persiguieron en su coche. En cuanto pudieron, les dispararon.

Malvido recibió un balazo en la panza y cayó. Desde el piso, vio cómo a Pablo lo alcanzaba un tiro en el glúteo derecho y lo tiraba en la zanja. También fue testigo del segundo disparo, el letal.

"Declaró dos veces en el expediente y dijo lo mismo: Medina padre se acercó a Pablo y lo ejecutó de un tiro en la frente", explica el abogado Tournier.

La investigación que siguió fue de lo más sospechosa: en sólo nueve días, el juez Rodolfo Boero Mansilla liberó a Medina por "falta de mérito". El policía pudo volver así a trabajar en el destacamento Los Cardales (a 16 kilómetros de Campana).

"Todo había sido fraguado: la autopsia, hecha por los peritos de Policía, decía que los dos disparos que mataron a Pablo le llegaron por detrás, desde lejos. Eso coincidía con lo dicho por Medina: que había disparado con su 9 milímetros desde su auto", apunta Tournier. "El dijo que los chicos habían intentado dispararle".

Según el abogado, a Pablo y a Malvido "les plantaron armas" para sustentar esa idea. "Además, desaparecieron la ropa de Pablo, las fotos de la escena del crimen y otras pruebas".

La causa parecía condenada a la nada pero Cristina, la mamá de Pablo, no dejó de pelear ni un día. Entrevistó testigos, exigió pericias y aportó pruebas. Su suerte empezó a cambiar en 2000, cuando el expediente pasó a manos de la jueza Raquel Slotolow.

Con una nueva autopsia, se determinó que el último balazo contra el joven le había sido disparado de frente y de arriba hacia abajo, como en una ejecución. También se descubrió que le habrían tapado la cara con una remera y un buzo. El 22 de julio de 2000, Slotolow procesó a Ramón Medina y ordenó su detención. Pero el policía se fugó.

Mientras, el caso se quedaba sin su principal testigo: Malvido era cercado en su casa de Campana por la Policía y moría baleado junto a un amigo. Lo acusaban de cometer un asalto, pero esto nunca se probó. Su muerte igual permitió que le extrajeran aquella bala que le habían disparado los Medina -antes había sido imposible- y que se descubriera que no había salido del arma del padre. Así, el hijo fue condenado por "portación ilegal de arma de guerra y lesiones gravísimas" a cuatro años y medio de prisión.

Esto le dio más ánimos a Cristina, que no dejó ministro de Seguridad por entrevistar. En 2002, logró que exoneraran a Medina padre. En 2006, que León Arslanián ofreciera una recompensa para encontrarlo. Meses después, Medina era detenido en la localidad de Florida.

El juicio se extenderá hasta el lunes de la semana próxima. Entonces se sabrá si, aunque sea tarde, la Justicia llega.

 

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