De Graciela S.
LA PURA VERDAD
Los ciudadanos equis,
los honrados tenderos,
los amigos del alma,
la portera, el banquero,
no pueden perdonarnos
el loco sentimiento:
tu belleza, mi risa,
nuestro pronunciamiento.
No lo entienden. Nos miran
y se cuentan los dedos.
Se dicen: «Están locos.»
Casi les damos miedo.
Veo.
La Policía, Dios,
la fuerza del dinero,
las leyes del rebaño
nos exigen respeto.
La dicha es una falta
o es quizás un exceso.
La alegría es locura
y escándalo, el deso,
reza un run-run que suena
a onceno mandamiento.
No se debe, ni puede
tomar por luz el fuego.
Veo.
¿Qué podría decirles?
Solamente que quiero.
Quiero, libre mancha,
la luz del mundo entero,
el éxtasis y el aire,
la destrucción del tiempo.
Quiero un amor, el mío.
Quiero seguir queriendo.
Quiero, pero -¡miseria!-
queriendo así, ¿qué puedo?
Los ciudadanos equis
no sienten lo que siento. Pero...
Pero, feliz, yo quiero.
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La ciencia y el arte no son opuestos.
Son dos caminos que transitados sin miedo con la debida profundidad,
entrega, sed de aventuras,
nos internan en el mismo misterio.
Enrique Pichon Riviere
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