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Jorge Rulli: editorial

 



EDITORIAL DEL DOMINGO 23 DE DICIEMBRE DE 2007

Las noticias que llegan actualmente de Bolivia me hacen reflexionar en qué medida, un proceso de cambios, un proceso revolucionario, se dirime también en las calles, en las luchas de calles donde una infinita sumatoria de duelos personales y de técnicas de propaganda y de acción psicológica en manos de unos o de otros, pueden volcar el fiel de la balanza, en esos particulares momentos de equilibrio inestable, en que parece que todo se decide en cada momento o en cada escaramuza. En cierta medida, ha ocurrido recientemente en Venezuela y el gobierno bolivariano que primero pareció perder la iniciativa en la calle, luego perdió las elecciones constituyentes. No puedo dejar de recordar asimismo con tristeza, aquellos meses previos al golpe pinochetista en Chile, y de cómo entre los camioneros y las cacerolas de los barrios altos, entre los rumores y las prácticas de acaparamiento, fue derrotado el gobierno de Salvador Allende, aún antes de que salieran las tropas rebeldes a ocupar la Moneda. Recuerdo la tristeza y la impotencia de aquellos días del año 74 y los interrogantes de entonces permanecen: ¿de que sirvió la presencia de tanto aparato militar cubano y de tanta ocupación de fundos por la extrema izquierda, de qué sirvió cuando los momios tomaron la iniciativa y ganaron las calles para la contrarevolución? Dudo que alguien pueda responderme. Veamos asimismo las experiencias propias del 2001 y no confundamos nunca la lucha de calles con el recurso vil de poner delante de las pantallas de televisión que enfocan a los que luchan, cartelitos con la sigla de tal o cual grupo de la izquierda sectaria.

En un video Boliviano y en medio de una confusa pelea callejera, donde por supuesto los pateados y apaleados por los niñitos bien son los más pobres, los peor alimentados, los más débiles, veo una a mujer que se les enfrenta a los separatistas de la juventud cruceña y que con su bronca y con los brazos tiesos de puños cerrados, les grita: quieren separar a los cambas de los collas! Y la cámara de video la enfoca y la multiplica en Youtube como a los panes maravillosos… así son los gestos espontáneos que surgen del corazón del pueblo. No todo está perdido cuando todavía hay gente que siente que desde sí misma, se puede provocar la decisión de la pelea estratégica en el gran escenario. Gente que comprenda que la pelea no es solo de puños, sino de inteligencia y de moral, de hallar la consigna adecuada que paralice o que desarme al otro. Que sobre todas las cosas es una lucha política que no se gana desde el Alto de la Paz que es tierra propia, sino que es una pelea que resulta preciso dar en el campo ajeno, y que para poder darla es preciso poder llegar al corazón del otro.

Recuerdo las luchas de calles en Buenos Aires, allá por el año 57 cuando los miembros del Movimiento Cívico Revolucionario y los agentes de los servicios, infestaban las calles del centro y tenían a su favor una opinión pública entusiasta, en medio de un jolgorio político tal de los sectores medios, que por lo menos diez teatros de la Avenida Corrientes tenían obras dedicadas a satirizar al régimen depuesto. Sí, “el régimen depuesto”, tal como entonces se decía, obligados por un Decreto Ley, el 4161 que prohibía nombrar a las personas de Perón, de Evita y de todo aquello concerniente al peronismo. En esos escenarios de la lucha de calle y en especial en esas repetidas al infinito refriegas siempre rápidas y feroces, se depende más de los otros que del propio coraje, y no tan solo se trataba entonces de ganar, sino también, de ganar siendo vistos por la mayor cantidad posible de espectadores, neutralizando con la pequeña victoria de una minúscula contienda ejemplificadora, la orfandad total de medios propios y la invisibilización de que se era objeto por parte de la dictadura.

Eran aquellos escenarios urbanos de relativas victorias cotidianas, pero en el gran marco de una tremenda derrota histórica de la causa nacional, derrota que se agigantaba con el recuerdo fresco de los fusilamientos del año anterior, y que recrudecía con la pérdida de las conquistas obreras, la intervención a los sindicatos y el avance del Plan Prebisch, que Jauretche denominara con desprecio como de: Retorno al coloniaje. Como en todo período de crisis profundas de la sociedad, diversas generaciones y grados de conciencia, se mezclaban e interactuaban en la incipiente resistencia popular, y entre ellas se destacaban la de los más jóvenes, que rondábamos los veinte años y que aportábamos nuestro entusiasmo, pero también, nuestra enorme inexperiencia política, y la de los mayores, que provenían de experiencias anteriores, pocas veces inmediatas. Entre estos personajes legendarios, en aquel entonces para nosotros viejos, pero que cuando mucho nos doblaban en edad o poco más, se destacaban aquellos que proviniendo de las viejas filas nacionalistas habían participado en las luchas por el dominio de las calles durante la segunda guerra mundial.

Es preciso hacer un enorme esfuerzo para imaginar aquellos escenarios. Primero fue la guerra de España y luego se extendió como un incendio la segunda guerra por el viejo continente. La Argentina alimentaba internacionalmente su propia neutralidad porque ello favorecía los intereses del capital inglés, dueño de todos los servicios, de los puertos y de los frigoríficos, y porque además esa neutralidad permitía continuar proveyendo materias prima y comida a los ejércitos aliados. Éramos lisa y llanamente una colonia de la Gran Bretaña, sin embargo, no podíamos sustraernos a las enormes tensiones que suscitaba la guerra en Europa y a los cambios en las relaciones de poder internacional que se producían. Los sectores aliadófilos eran los vinculados a esa argentina colonial: la oligarquía vacuna, los latifundistas y cañeros del noroeste, dueños y señores de la tierra tales como los Patrón Costa, despiadadas con sus propios trabajadores, pero que se rasgaban las vestiduras por las libertades conculcadas en Europa. Enfrentados a ellos estaban todos aquellos que por diversos motivos deseaban aprovechar aquella extraordinaria oportunidad histórica que nos ofrecía la debilidad de las potencias coloniales, para liberarnos de la dependencia. Entre ellos, sin duda que había muchos que simpatizaban con  los alemanes, no obstante quiero expresar que el extravío de los sentimientos nacionales en el bando que respaldaba a los aliados fue tan grande y tan obsceno, que la simpatía de algunos del bando nacional por los nazis me parece un hecho absolutamente menor. De hecho en las filas militares que dan el golpe el 4 de junio de 1943, están entreverados los unos y los otros, y en la práctica, las tensiones internas del gobierno militar que se definen con el paro general y la movilización de octubre del 45, van expresando muy claramente las diversas tendencias: por una parte, una propuesta de desarrollo de la industria pesada pero sin el acompañamiento de políticas populares y además, con expresiones francamente reaccionarias y elitistas en el campo de la educación y la cultura. La otra propuesta que es la que al fin se impone y que expresa a Perón y muchos de sus compañeros, es la de posibilitar la organización de los trabajadores y generar una Argentina capaz de desarrollar la industria liviana y mediana, o sea con capacidad de modernizarse y de generar ingente cantidad de puestos de trabajo, a la vez que ser capaz de negociar ventajas para el país con los vencedores de la guerra. Y esto último, no era poca cosa, recordemos los bloqueos a los que fuimos sometidos, el hecho de que durante mucho tiempo Buenos Aires fue para los EEUU una hipótesis de ataque atómico, y que con el apoyo de la izquierda uruguaya se amplió el aeropuerto de Carrasco en aquellos años, en razón de preparativos para que pudieran aterrizar los B52 que debían agredir a la Argentina.

¿Cuál fue la posición de la vieja izquierda o de gran parte de la vieja izquierda en aquellos años, en especial a partir de la ruptura del pacto entre Hitler y Stalin, y la invasión de Rusia por Alemania? La posición fue de encendida defensa de los ejércitos aliados por encima de toda razón o intereses propios, y ese compromiso internacionalista que sacrificó abiertamente la causa nacional, y que en algunos casos alcanzó la dimensión de las traiciones más siniestras, facilitó que muchas conducciones sindicales como en el caso de los trabajadores de la carne, fuesen reemplazadas en la medida que, siendo empresas inglesas, esos dirigentes estaban más próximos a los intereses de la patronal que a los de sus propias bases.  ¿Hasta dónde el pensamiento marxista acompañó estas peripecias de la izquierda en aquellos días trascendentes, o hasta adonde ató su destino a los que estuvieron dispuestos a sacrificar lo propio en beneficio de lejanas patrias ideológicas, es sin duda todavía un tema polémico…? Sin embargo, la actual Globalización capitalista y su tendencia a convertir nuestras vidas en mercancías, las nuevas formas del dominio y de la domesticación del hombre, nos desafían hoy a nuevas complejidades del pensamiento y por doquier comprobamos revivales libertarios, relecturas de Marx cada vez más disconformes y críticas; rescate de las experiencias campesinas, de las culturas de los pueblos originarios, de la historia de los luditas y de otros resistentes populares premodernos, así como recuperación de cosmovisiones sagradas y un apasionante redescubrimiento de lo nacional y del rol del Estado, del Estado no ya como instrumento de una clase sino como posibilidad de la participación y de los desarrollos comunitarios y culturales.  

En muchos sentidos las antiguas luchas son el antecedente de las que llevamos ahora, y nosotros somos la continuidad natural de aquellos que nos precedieron. Resulta entonces casi previsible que los descendientes ideológicos de aquellos que en el transcurso de la guerra no supieron ver el fenómeno colonial que significaban entonces, los puertos y los frigoríficos ingleses, tengan hoy dificultades para comprender el modelo transcolonial de la minería con cianuro, de los monocultivos de Soja, de la producción de Agrocombustibles y de la reprivatización de nuestro petróleo por el capital prebendario. Es en realidad una misma historia y por más que griten Patria Sí colonia No, todos sabemos que, estos teros, a diferencia de aquellos luchadores callejeros de los años de la guerra, los huevos los están poniendo en otro lado

Jorge Eduardo Rulli

 



EDITORIAL DEL DOMINGO 23 DE DICIEMBRE DE 2007







Las noticias que llegan actualmente de Bolivia me hacen reflexionar en qué medida, un proceso de cambios, un proceso revolucionario, se dirime también en las calles, en las luchas de calles donde una infinita sumatoria de duelos personales y de técnicas de propaganda y de acción psicológica en manos de unos o de otros, pueden volcar el fiel de la balanza, en esos particulares momentos de equilibrio inestable, en que parece que todo se decide en cada momento o en cada escaramuza. En cierta medida, ha ocurrido recientemente en Venezuela y el gobierno bolivariano que primero pareció perder la iniciativa en la calle, luego perdió las elecciones constituyentes. No puedo dejar de recordar asimismo con tristeza, aquellos meses previos al golpe pinochetista en Chile, y de cómo entre los camioneros y las cacerolas de los barrios altos, entre los rumores y las prácticas de acaparamiento, fue derrotado el gobierno de Salvador Allende, aún antes de que salieran las tropas rebeldes a ocupar la Moneda. Recuerdo la tristeza y la impotencia de aquellos días del año 74 y los interrogantes de entonces permanecen: ¿de que sirvió la presencia de tanto aparato militar cubano y de tanta ocupación de fundos por la extrema izquierda, de qué sirvió cuando los momios tomaron la iniciativa y ganaron las calles para la contrarevolución? Dudo que alguien pueda responderme. Veamos asimismo las experiencias propias del 2001 y no confundamos nunca la lucha de calles con el recurso vil de poner delante de las pantallas de televisión que enfocan a los que luchan, cartelitos con la sigla de tal o cual grupo de la izquierda sectaria.







En un video Boliviano y en medio de una confusa pelea callejera, donde por supuesto los pateados y apaleados por los niñitos bien son los más pobres, los peor alimentados, los más débiles, veo una a mujer que se les enfrenta a los separatistas de la juventud cruceña y que con su bronca y con los brazos tiesos de puños cerrados, les grita: quieren separar a los cambas de los collas! Y la cámara de video la enfoca y la multiplica en Youtube como a los panes maravillosos… así son los gestos espontáneos que surgen del corazón del pueblo. No todo está perdido cuando todavía hay gente que siente que desde sí misma, se puede provocar la decisión de la pelea estratégica en el gran escenario. Gente que comprenda que la pelea no es solo de puños, sino de inteligencia y de moral, de hallar la consigna adecuada que paralice o que desarme al otro. Que sobre todas las cosas es una lucha política que no se gana desde el Alto de la Paz que es tierra propia, sino que es una pelea que resulta preciso dar en el campo ajeno, y que para poder darla es preciso poder llegar al corazón del otro.







Recuerdo las luchas de calles en Buenos Aires, allá por el año 57 cuando los miembros del Movimiento Cívico Revolucionario y los agentes de los servicios, infestaban las calles del centro y tenían a su favor una opinión pública entusiasta, en medio de un jolgorio político tal de los sectores medios, que por lo menos diez teatros de la Avenida Corrientes tenían obras dedicadas a satirizar al régimen depuesto. Sí, “el régimen depuesto”, tal como entonces se decía, obligados por un Decreto Ley, el 4161 que prohibía nombrar a las personas de Perón, de Evita y de todo aquello concerniente al peronismo. En esos escenarios de la lucha de calle y en especial en esas repetidas al infinito refriegas siempre rápidas y feroces, se depende más de los otros que del propio coraje, y no tan solo se trataba entonces de ganar, sino también, de ganar siendo vistos por la mayor cantidad posible de espectadores, neutralizando con la pequeña victoria de una minúscula contienda ejemplificadora, la orfandad total de medios propios y la invisibilización de que se era objeto por parte de la dictadura.







Eran aquellos escenarios urbanos de relativas victorias cotidianas, pero en el gran marco de una tremenda derrota histórica de la causa nacional, derrota que se agigantaba con el recuerdo fresco de los fusilamientos del año anterior, y que recrudecía con la pérdida de las conquistas obreras, la intervención a los sindicatos y el avance del Plan Prebisch, que Jauretche denominara con desprecio como de: Retorno al coloniaje. Como en todo período de crisis profundas de la sociedad, diversas generaciones y grados de conciencia, se mezclaban e interactuaban en la incipiente resistencia popular, y entre ellas se destacaban la de los más jóvenes, que rondábamos los veinte años y que aportábamos nuestro entusiasmo, pero también, nuestra enorme inexperiencia política, y la de los mayores, que provenían de experiencias anteriores, pocas veces inmediatas. Entre estos personajes legendarios, en aquel entonces para nosotros viejos, pero que cuando mucho nos doblaban en edad o poco más, se destacaban aquellos que proviniendo de las viejas filas nacionalistas habían participado en las luchas por el dominio de las calles durante la segunda guerra mundial.







Es preciso hacer un enorme esfuerzo para imaginar aquellos escenarios. Primero fue la guerra de España y luego se extendió como un incendio la segunda guerra por el viejo continente. La Argentina alimentaba internacionalmente su propia neutralidad porque ello favorecía los intereses del capital inglés, dueño de todos los servicios, de los puertos y de los frigoríficos, y porque además esa neutralidad permitía continuar proveyendo materias prima y comida a los ejércitos aliados. Éramos lisa y llanamente una colonia de la Gran Bretaña, sin embargo, no podíamos sustraernos a las enormes tensiones que suscitaba la guerra en Europa y a los cambios en las relaciones de poder internacional que se producían. Los sectores aliadófilos eran los vinculados a esa argentina colonial: la oligarquía vacuna, los latifundistas y cañeros del noroeste, dueños y señores de la tierra tales como los Patrón Costa, despiadadas con sus propios trabajadores, pero que se rasgaban las vestiduras por las libertades conculcadas en Europa. Enfrentados a ellos estaban todos aquellos que por diversos motivos deseaban aprovechar aquella extraordinaria oportunidad histórica que nos ofrecía la debilidad de las potencias coloniales, para liberarnos de la dependencia. Entre ellos, sin duda que había muchos que simpatizaban con los alemanes, no obstante quiero expresar que el extravío de los sentimientos nacionales en el bando que respaldaba a los aliados fue tan grande y tan obsceno, que la simpatía de algunos del bando nacional por los nazis me parece un hecho absolutamente menor. De hecho en las filas militares que dan el golpe el 4 de junio de 1943, están entreverados los unos y los otros, y en la práctica, las tensiones internas del gobierno militar que se definen con el paro general y la movilización de octubre del 45, van expresando muy claramente las diversas tendencias: por una parte, una propuesta de desarrollo de la industria pesada pero sin el acompañamiento de políticas populares y además, con expresiones francamente reaccionarias y elitistas en el campo de la educación y la cultura. La otra propuesta que es la que al fin se impone y que expresa a Perón y muchos de sus compañeros, es la de posibilitar la organización de los trabajadores y generar una Argentina capaz de desarrollar la industria liviana y mediana, o sea con capacidad de modernizarse y de generar ingente cantidad de puestos de trabajo, a la vez que ser capaz de negociar ventajas para el país con los vencedores de la guerra. Y esto último, no era poca cosa, recordemos los bloqueos a los que fuimos sometidos, el hecho de que durante mucho tiempo Buenos Aires fue para los EEUU una hipótesis de ataque atómico, y que con el apoyo de la izquierda uruguaya se amplió el aeropuerto de Carrasco en aquellos años, en razón de preparativos para que pudieran aterrizar los B52 que debían agredir a la Argentina.







¿Cuál fue la posición de la vieja izquierda o de gran parte de la vieja izquierda en aquellos años, en especial a partir de la ruptura del pacto entre Hitler y Stalin, y la invasión de Rusia por Alemania? La posición fue de encendida defensa de los ejércitos aliados por encima de toda razón o intereses propios, y ese compromiso internacionalista que sacrificó abiertamente la causa nacional, y que en algunos casos alcanzó la dimensión de las traiciones más siniestras, facilitó que muchas conducciones sindicales como en el caso de los trabajadores de la carne, fuesen reemplazadas en la medida que, siendo empresas inglesas, esos dirigentes estaban más próximos a los intereses de la patronal que a los de sus propias bases. ¿Hasta dónde el pensamiento marxista acompañó estas peripecias de la izquierda en aquellos días trascendentes, o hasta adonde ató su destino a los que estuvieron dispuestos a sacrificar lo propio en beneficio de lejanas patrias ideológicas, es sin duda todavía un tema polémico…? Sin embargo, la actual Globalización capitalista y su tendencia a convertir nuestras vidas en mercancías, las nuevas formas del dominio y de la domesticación del hombre, nos desafían hoy a nuevas complejidades del pensamiento y por doquier comprobamos revivales libertarios, relecturas de Marx cada vez más disconformes y críticas; rescate de las experiencias campesinas, de las culturas de los pueblos originarios, de la historia de los luditas y de otros resistentes populares premodernos, así como recuperación de cosmovisiones sagradas y un apasionante redescubrimiento de lo nacional y del rol del Estado, del Estado no ya como instrumento de una clase sino como posibilidad de la participación y de los desarrollos comunitarios y culturales.







En muchos sentidos las antiguas luchas son el antecedente de las que llevamos ahora, y nosotros somos la continuidad natural de aquellos que nos precedieron. Resulta entonces casi previsible que los descendientes ideológicos de aquellos que en el transcurso de la guerra no supieron ver el fenómeno colonial que significaban entonces, los puertos y los frigoríficos ingleses, tengan hoy dificultades para comprender el modelo transcolonial de la minería con cianuro, de los monocultivos de Soja, de la producción de Agrocombustibles y de la reprivatización de nuestro petróleo por el capital prebendario. Es en realidad una misma historia y por más que griten Patria Sí colonia No, todos sabemos que, estos teros, a diferencia de aquellos luchadores callejeros de los años de la guerra, los huevos los están poniendo en otro lado







Jorge Eduardo Rulli









 



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