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Horacio Barri

Naturalizaciones

 

Dr. Horacio Barri (Córdoba, Argentina)

           

 

El interrogarnos sobre si las cosas son como aparentan, el rescatar el pensamiento crítico nos convierte en autónomos, inaugura un camino en ascenso; es salir de la “paz de los cementerios” a que nos reducen los sectores dominantes y subir a la montaña emancipatoria de la vida, donde los conflictos no son más que piedras, escalones que cortan los senderos, pero que superados nos permiten subir, y las dudas son linternas para iluminar esos caminos.

 

            Se entiende por naturalizaciones algo que se considera natural pero no lo es, algo que en realidad es una construcción humana.

            Si se considera que la “construcción humana” puede cuestionarse, en cambio lo “natural” tiene el beneficio de que no se lo cuestiona, y esto en ciertos casos es particularmente grave pues no permite hacer modificaciones donde sí es posible hacerlo. No siempre es un hecho deliberado, las motivaciones pueden ser complejas.

            Tener como natural que existe la salud y la enfermedad como hechos contrapuestos inevitables, como destinos, y no como un proceso que inclina la balanza hacia uno u otro lado según una multitud de factores en los que  predominan los socio económicos, favorece la continuidad y reproducción de aquella falacia primera.

            Es que luego de un tiempo nos acostumbramos a aceptar las cosas con las que nos relacionamos y los hechos que nos ocurren como naturales - incluso las más aberrantes como las guerras- luego de un tiempo. Por eso nos pega como una bofetada la frase de Simone de Beauvoir: “lo más escandaloso del escándalo es que uno se acostumbra…”

            Incorporar en lo cotidiano un saludable pensamiento crítico, que simplemente pregunte ¿será así?, permitiría que esto no ocurriera. O sea la primera pregunta es ¿qué? o sea ¿de qué se trata?, qué magnitud tiene la cuestión. La segunda es ¿a causa de qué?; en este punto muchas veces aparece la razón de ser de lo que la naturalización oculta.

            Lo que nos ocurre es producto de causas, concatenaciones de ellas y el azar, no sucede porque sí. Con las enfermedades ocurre lo mismo, pero en este caso además se suman angustias, dolores y miedos, como para preferir la “solución” aunque sea momentánea antes que un conocimiento verdadero sobre sus causas y así poder abordar soluciones de fondo. Esto favorece un mundo de mercaderes de “soluciones- mercancías”, que tienden a reproducir indefinidamente este círculo vicioso. He aquí el origen de ese curioso fenómeno de que se hable de salud sólo como reparación de la enfermedad.

            Como dice Edgardo Lander comprender el rol de la ciencia y su pretendida neutralidad es fundamental para entender la dificultad de discutir las verdades aparentes que instala como “naturales”: “…la expresión más potente de la eficacia del pensamiento científico moderno –especialmente en sus expresiones tecnocráticas y neoliberales hoy hegemónicas- es lo que puede ser descrito literalmente como la naturalización de las relaciones sociales.

…Es posible identificar dos dimensiones constitutivas de los saberes modernos que contribuyen a explicar su eficacia naturalizadora: la 1º dimensión se refiere a las sucesivas separaciones o particiones del mundo de lo real (esto está asociado a la idea de que Dios creó al hombre a su propia imagen y lo elevó sobre todas las otras criaturas de la tierra, dándole el derecho a intervenir en el curso de los acontecimientos en la tierra). La 2º dimensión es la forma como se articulan los saberes modernos con la organización del poder…”[1]

Boaventura de Sousa Santos dice –hecho fácilmente comprobable-  que la ciencia tiene cada vez más capacidad de acción y cada vez menos de previsión.

Castoriadis hizo hace muchos años una alarmante predicción que hoy se está cumpliendo inexorablemente “¿cómo pesará el confort para los que gozan de él en la vida moderna ante un eventual derretimiento de los casquetes glaciares por las mismas causas del desarrollo? Y ¿cuántos céntimos valdrían todas las conquistas de la medicina moderna si una tercera guerra mundial estallara?”. La afirmación más terrible -por cierta- de este autor es la siguiente: “Desde el punto de vista científico, la pregunta acerca de cómo destruir a la humanidad tiene el mismo valor de la de cómo salvarla”[2]. Cuando se destruyen pueblos enteros –forma concreta de la humanidad- por el petróleo, el oro, las armas, ¿acaso la ciencia que facilita esta situación no está actuando con estos criterios?

Sabemos que recurriremos a lo más avanzado que tenga la medicina cuando nos encontremos enfermos, pero ¿eso legitima todo, incluso lo más irracional que ella propone (como los medicamentos de perfil de riesgo inaceptable o de eficacia no comprobada? ¿Será que necesitamos continuar con el mito de la panacea para vivir menos angustiados ante la posibilidad siempre latente de la muerte? ¿Será que esto se encadena con el mito del progreso permanente?

Ser leal a la ciencia, y por lo tanto a la medicina como herramienta muy válida al servicio de la humanidad, implica despojarnos de todo cientificismo acrítico –muy útil al mercado- y aplicarle la duda, eje y fundamento de la ciencia, a ella misma. Las dudas abren caminos, las certezas los cierran. Una duda elemental es: si la medicina se plantea realizarse al servicio de la humanidad, ¿por qué lo está sólo al de unos pocos individuos?

             Algunos de los centros asistenciales más importantes del mundo comenzaron a realizar una mirada crítica hacia adentro, o estudio epidemiológico al que denominaron “Epidemiología de las incertidumbres médicas”, y demostraron que éstas ocupan un 35% de las prácticas. Esto es un gran aporte al conocimiento porque abren el camino a nuevas investigaciones; negar las incertidumbres, barrerlas debajo de la alfombra sólo oculta, cierra el camino al avance científico.

            El interrogarnos sobre si las cosas son como aparentan, el rescatar el pensamiento crítico nos convierte en autónomos, inaugura un camino en ascenso; es salir de la “paz de los cementerios” a que nos reducen los sectores dominantes y subir a la montaña emancipatoria de la vida, donde los conflictos no son más que piedras, escalones que cortan los senderos, pero que superados nos permiten subir, y las dudas son linternas para iluminar esos caminos.

            El análisis crítico de nuestra realidad debe ir acompañado de otro sobre el contexto: el rol del Estado en particular y nuestra relación de dependencia como país. Esto nos permite entender cómo no tuvimos políticas propias y por qué llevamos adelante las barbaridades que nos propusieron los organismos multilaterales de crédito bajo el titulo de Reforma de los Sistemas de Salud.

            Por otro lado merece una mirada crítica nuestro sentido común, que asevera que la clave pasa por manejar el Estado pues es lo que concentra el poder. Será preciso analizar la diferencia entre la gestión de esa pequeña parte de él que es el aparato gubernamental y la política, para entender la clave de los malos entendidos y para decidir dónde poner nuestro empeño.

            Optar por la gestión es acceder a la lógica de lo posible. Ya desde la organización, el grupo de pares que intenten acceder al manejo del gobierno deben aceptar las reglas del juego establecidas por el propio sistema que se intenta transformar y que por lo tanto respeta su lógica de democracia representativa y no participativa. Si este grupo accede al manejo del aparato gubernamental se encontrará con la demanda social y es cuando se hace patente la lógica de lo posible.

            La lógica de lo posible se maneja fundamentalmente con dos naturalizaciones: las de la economía y la del poder. Las dos preguntas inmediatas que se hará  cualquier gestor son: a) ¿tengo con qué? y b) ¿me dejarán?

            La política entendida en su sentido original como la preocupación y acción por el bien común, tiene una lógica totalmente opuesta que es la de lo necesario.

            La clave para superar la contradicción insalvable que plantean estas dos lógicas antagónicas será cómo hacer posible lo necesario. La democracia representativa no tiene esa respuesta porque está creada para no resolverla si no para mantener el statu quo; la democracia participativa o directa sí la tiene pues su objetivo será resolverla. Sirve para pensar en estos términos aquel refrán chino de “problema conocido mitad resuelto”-            

            Los ejemplos actuales que por sus particularidades nos han involucrado a todos son prueba evidente de esto: se puede optar entre eliminar las retenciones o mantenerlas como un modo de distribución del bien común, entre un modelo de concentración sojero o la reforma agraria, entre el tren bala o reconstruir el sistema de transporte ferroviario, entre construir hospitales de alta complejidad con préstamos “enlatados” extranjeros o un sistema sanitario integral con base en la verdadera APS, entre comprar medicamentos a la industria privada para “remediar” el problema de los pobres o fortalecer la producción pública de los mismos. Son todas opciones políticas que por supuesto requieren para poder ser llevadas adelante de previas decisiones sobre cómo construir el poder que las sustente.

            Un debate popular sobre una Ley General de Salud, por ejemplo sobre el proyecto que coordinara en su momento el Dr. Mario Testa, rompería las barreras entre lo posible y lo necesario al darle la sustentabilidad del poder colectivo.

            Las naturalizaciones no son enemigos externos, siempre más fáciles por visibles, sino internos en cada uno de nosotros y por lo tanto sólo pueden ser derrotados con la vivencia de experiencias alternativas que nos demuestren concretamente que otro mundo es posible, y por lo tanto modifiquen nuestra subjetividad.

            Estas acciones que nos atraviesan en general deben ser construidas con nuestra voluntad de poder hacer cosas que transformen positivamente nuestra realidad. Cientistas sociales latinoamericanos dicen que es posible hablar de la existencia de un modo de ver el mundo, de interpretarlo y de actuar sobre él, que constituye propiamente un conocimiento o visión de época con la cual América Latina está ejerciendo su capacidad de ver y hacer desde otra perspectiva [3].

            Las ideas centrales articuladoras de este paradigma son, para ellos, las siguientes:

Una concepción de comunidad y de participación, así como de la necesidad de un saber propio.

La idea de liberación a través de la práctica, que supone la movilización de la conciencia, y un sentido critico que lleva a la desnaturalización de las formas de aprehender-construir-ser en el mundo.

             La redefinición del rol del investigador social, el reconocimiento del otro como si mismo y por lo tanto la del sujeto-objeto de la investigación como actor social y constructor de conocimiento.

            El carácter histórico, indeterminado, indefinido, no acabado y relativo del conocimiento.

            La perspectiva de la dependencia y luego, la de la resistencia.

            La revisión de métodos, los aportes y las transformaciones provocados por ellos.

 

Encontramos un ejemplo concreto de este análisis teórico en La Epidemiología Comunitaria, propuesta superadora nacida en América Latina con aportes fundamentales de compañeros de otros continentes como el Dr. Gianni Tognoni, ante las evidentes limitaciones prácticas de la estrategia más revolucionaria en salud a nivel mundial en los últimos 30 años: la Atención Primaria de la Salud.

La APS  planteaba en palabras de Tognoni, uno de sus fundadores, que “la forma de salud practicada hasta ese momento –con un énfasis dominante en las enfermedades y en esa parte de la organización sanitaria que está representada por los hospitales- es muy parcial, más bien distorsionante con referencia a las necesidades de salud. La práctica de la salud tiene que ser invertida y tiene que volver a poner sus raíces en la tierra: no son las enfermedades y los hospitales los protagonistas, Las raíces y el objeto de la salud son las necesidades cotidianas de la gente, de la mayoría de la gente, de la que vive enfrentándose con las necesidades elementales de la vida, de las cuales las enfermedades sólo son una parte y una consecuencia.”. Palabras más, palabras menos, Ramón Carrillo opinaba lo mismo hace sesenta años.

Es evidente que el fracaso práctico de la APS ocurrió porque la participación comunitaria se dio en forma condicionada a las necesidades y prioridades establecidas la mayoría de las veces por los equipos de profesionales y trabajadores de la salud. En el caso de la Epidemiología Comunitaria, lo que se busca revertir es precisamente eso, a través de una participación igualitaria y compartida del equipo y la comunidad tanto en el diagnóstico epidemiológico de los problemas de salud, como de la determinación de causales, la realización de acciones para modificar los problemas y en el nuevo análisis que mida el impacto o no de estas acciones.

Es la única manera de lograr toma de conciencia real: el participar en acciones que nos permitan ver e interiorizar  alternativas ante las naturalizaciones que nos afectan.

Indudablemente que todo este desarrollo debe de ir acompañado de las acciones de la gestión de gobierno que tan acabadamente nos explica el Dr. J.C. Escudero en sus reflexiones en esta revista.

Este pretende ser un aporte desde otro lugar para tratar de salir de los limitantes que se nos aparecen “naturalmente” y nos frustran las buenas intenciones.  

             



[1] Lander Edgardo. Ciencias Sociales; saberes coloniales y eurocéntricos. La colonialidad del saber. Edit.Clacso 2003

[2] Castoriadis Cornelius. El mundo fragmentado. Edit Nordan-comunidad. 1990

[3] Lander Edgardo. Op. Cit.

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