Manuel Belgrano
Belgrano el héroe que la historia olvidó
La leyenda, más que la historia, dice que las últimas palabras del general
Manuel Belgrano fueron "¡Ay, Patria mía!". En una casona cercana al río,
sólo unos pocos rodeaban a ese moribundo que, aquejado por largas
enfermedades, se despedía de la vida en la misma casa de Buenos Aires donde
había nacido cincuenta años antes. Pero ahora también lo había abandonado la
riqueza que rodeó su nacimiento. Pobre, olvidado, Belgrano ignoraba que ese
20 de junio de 1820, la anarquía hacía trizas su sueño de unidad: "El día de
los tres gobernadores" quedó registado en la historia. En medio de la guerra
civil, ¿quién podía pensar en ese héroe que se estaba muriendo?
Atrás quedaban sus estudios en Salamanca y Valladolid, su entusiasmo por la
Revolución Francesa, su pasión por la economía, su improvisada carrera
militar, el izamiento en Rosario de la Bandera celeste y blanca, su proyecto
de una monarquía incaica, su apoyo a la educación como instrumento de
liberación, su sentido visionario de un país no sólo independiente en lo
político sino también en lo económico. A este hombre poco común la historia
oficial no se ha cansado de elogiarlo... por la creación de la Bandera y por
la donación de 40.000 pesos oro para que se construyeran cuatro escuelas.
Economista
"Fue el primer economista que tuvo el país. Desde un principio creyó que la
explotación racional de la tierra y de sus frutos era lo que podía dar
independencia económica a estos pueblos", dice el doctor Aníbal Jorge
Luzuriaga, presidente del Instituto Nacional Belgraniano. "Cuando impulsa la
creación de la Escuela Náutica, Belgrano está pensando en una marina
mercante que debía independizarnos de los barcos extranjeros, españoles y no
españoles, que llegaban a estas tierras. El creía, además, que nuestros
productos debían ser manufacturados en el país; con palabras de hoy,
entendía que tenían que tener valor agregado. Si no hay independencia
económica no puede haber libertad civil".
El historiador Norberto Galasso, que acaba de publicar una biografía del
general Perón, recuerda que Belgrano escribió en 1802: "Todas las naciones
cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus Estados a
manufacturarse. Y todo su empeño es conseguir no darles nuevas formas sino
aun a traer las materias primas del extranjero para elaborarlas y después
venderlas".
Galasso destaca que en el famoso "Plan de Operaciones", el proyecto
revolucionario firmado por Mariano Moreno, también está "la mano" de
Belgrano. Y subraya otro hecho: Belgrano se preocupó por impulsar la
agricultura, y esto no tiene nada que ver con una concepción "oligárquica",
de defensa de los terratenientes. "No hay que olvidar que la agricultura fue
descuidada hasta 1880", precisa Galasso.
Militar
En su autobiografía -en ninguna de sus líneas se refiere a la creación de la
Bandera-, Belgrano cuenta cómo se inició en la vida militar: "Sabida es la
entrada en Buenos Aires del general Beresford, con mil cuatrocientos y
tantos hombres en 1806: hacía diez años que era yo capitán de Milicias
Urbanas, más por capricho que por afición a la milicia: mis primeros ensayos
fueron en esta época. El marqués de Sobremonte, Virrey que entonces era de
las Provincias, días antes de esta desgraciada entrada me llamó para que
formase una compañía de jóvenes del comercio, de caballería, y que al efecto
me daría oficiales veteranos para la instrucción: los busqué, no los
encontré; porque mucho era el odio que había a la milicia en Buenos Aires;
con el cual no se había dejado de dar algunos golpes a los que ejercían la
autoridad, o tal vez a esta misma que manifestaba demasiada debilidad".
Desde las primeras Invasiones Inglesas, Belgrano ya había participado en
acciones militares. En 1811 es enviado por el gobierno a Paraguay, entonces
provincia del Río de la Plata. Con pocos recursos, con escasos hombres,
adquiere experiencia. Los paraguayos tienen 12.000 reclutas y el
conocimiento del terreno. Las fuerzas de Buenos Aires son rechazadas. En su
autobiografía, con un estilo casi novelesco, Belgrano relata las peripecias
de su marcha hacia Asunción: el cruce de ríos desconocidos, animales
salvajes, selva, calor, enfermedades.
Al mando del Ejército del Norte se granjeó la simpatía de San Martín, que lo
consideró un militar de primer nivel. Conoció la gloria de Tucumán y Salta,
y soportó con estoicismo las inapelables derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.
Pero Belgrano no era militar por vocación, y lo expresó muchas veces. Nunca
añoró el alejamiento de las armas.
Político
Durante su estadía en España, se produjo la Revolución Francesa de 1789. Las
ideas de "igualdad, libertad y fraternidad" también impactaron en los
jóvenes intelectuales americanos. Quienes estaban en Europa no eran muchos:
sólo los padres con mucho dinero podían pagar los estudios en Salamanca,
París o Londres. Belgrano era hijo de un padre rico. "La ocupación de mi
padre fue la de comerciante, y como le tocó el tiempo del monopolio,
adquirió riquezas para vivir cómodamente y dar a sus hijos la educación
mejor de aquella época".
En 1794, Belgrano fue nombrado cónsul del reino de España en Buenos Aires.
"Desde allí ya empezó a hacer política -apunta el doctor Luzuriaga-. Sus
compañeros eran hombres dedicados a su trabajo, que era el contrabando,
lícito e ilícito, pero todo estaba hecho en beneficio de la corona y no de
estas tierras sojuzgadas". Galasso cita el contenido de varias cartas de
Belgrano a Moreno, donde ya puede vislumbrarse al patriota que rechaza
cualquier postura conservadora.
Periodista
"Desde la Secretaría del Consulado vio claramente que, si se quería lograr
un progreso moral y material en el futuro, era indispensable difundir los
beneficios de la educación porque ella constituía el verdadero fundamento de
la felicidad pública -escribe Ricardo R. Caillet-Bois en su prólogo al
Epistolario de Belgrano-. El periodismo fue el medio más eficaz para la
propagación de su prédica. Y ''El Correo de Comercio'' es un ejemplo".
Ricardo Rojas sintetizó: "Demoledores nos sobraron: fue arquitectos de la
nueva morada lo que nos faltó. Con diez hombres como Belgrano, la democracia
argentina aparecería en su génesis menos envuelta en sombras de caos y
sangre de tragedias".
El 20 de junio de 1903, sus restos fueron llevados al mausoleo levantado en
el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, en Belgrano y
Defensa, a pocos metros del lugar en que nació. Es posible que hoy, también,
Belgrano dijera: "¡Ay, Patria mía!". A 185 años de su muerte.
La actualidad de su pensamiento
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Felipe Pigna
Historiador
La historia otra ha condenado a Manuel Belgrano a no ser. Belgrano no tiene
día en el calendario oficial. El día de su muerte es el Día de la Bandera. Y
ya sabemos de la importancia que el símbolo patrio adquiere entre nosotros
más allá de los festejos deportivos y las declamaciones patrioteras de
ocasión. No nos han enseñado con ejemplos a querer a nuestra Bandera, ha
sido violada y usurpada por los gobiernos genocidas que han hecho abuso de
su uso. Hay que recuperarla para nosotros, y ésa es una tarea imprescindible
pero larga. Mientras tanto, Belgrano sigue sin ser recordado como se merece.
El desprendimiento, el desinterés y la abnegación son virtudes que nuestras
"familias patricias" dicen admirar en los demás pero que no forman parte de
su menú de opciones. Ellas, por su parte, morirán mucho más ricas de lo que
nacieron porque el resto de los argentinos morirá mucho más pobre. Leyes de
las matemáticas, de la suma y de la resta.
Claro que omiten decir que Belgrano nació rico y que invirtió todo su
capital económico y humano en la Revolución. No dicen que Belgrano no se
resignó a morir pobre y reclamó hasta los últimos días de su vida lo que le
correspondía: sus sueldos atrasados, y que se aplicaran a los fines
establecidos los 40.000 pesos oro que había donado para la construcción de
escuelas y que le fueron robados por los perpetradores de la administración
pública.
Manuel Belgrano fue mucho más que el creador de la Bandera. Estamos hablando
de uno de los intelectuales más lúcidos de su tiempo que pudo escribir
párrafos como los que siguen y que mantienen una dolorosa actualidad.
Escribía en "La Gaceta" el 1º de setiembre de 1813: "Se han elevado entre
los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la
tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción
anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a
los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les
sobra. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los
hombres a lo más estrechamente necesario."
En sus "Escritos económicos" hay notables párrafos dedicados a la educación:
"Los niños miran con fastidio las escuelas, es verdad, pero es porque en
ellas no se varía jamás su ocupación; no se trata de otra cosa que de
enseñarles a leer y escribir, pero con un tesón de seis o siete horas al
día, que hacen a los niños detestable la memoria de la escuela, que a no ser
alimentados por la esperanza del domingo, se les haría mucho más aborrecible
este funesto teatro de la opresión de su espíritu inquieto y siempre amigo
de la verdad. ¡Triste y lamentable estado el de nuestra pasada y presente
educación!"
En cuanto a la distribución de la tierra escribía: "Es de necesidad poner
los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se
avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y
esto lo hemos de conseguir si se les dan propiedades que se podría obligar a
la venta de los terrenos, que no se cultivan."
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Un recuerdo en celeste y blanco
Félix Luna
Historiador
Esto me pasó hace años en una ciudad europea, tal vez Roma o París. Iba yo
caminando, un turista más, sin rumbo ni apuro. De pronto vi flameando en un
balcón la Bandera Argentina. Y entonces, recuerdo bien, sentí como un
espaldarazo, más bien un abrazo cálido, algo que me unía poderosamente a
millones de seres humanos que, ellos también, sentían por ese trapo lo mismo
que sentí yo: una adhesión, una devoción, una honda reverencia, la sensación
de que formaba parte de una moción colectiva tal vez distante pero real y
caudalosa.
Resultó ser una embajada o consulado, una prosaica repartición instalada en
el exterior. Nada para emocionar a nadie. Y sin embargo, la visión de aquel
signo nacional plantado en una ciudad extraña me produjo esa sensación que
me remitía a los actos escolares de mis años chicos o a aquellos días cuando
mi madre hacía colocar en el balcón de mi casa, no sin solemnidad, "la
enseña que Belgrano nos legó..."
En su libro "Mis Montañas", Joaquín V. González cuenta lo que era y cómo se
honraba el 25 de Mayo en un pueblito riojano a mediados del siglo XIX.
Después de las guerras civiles, en plena organización nacional, aquellos
argentinos necesitaban identificarse como tales. La Bandera era uno de esos
aglutinantes emocionales, de ahí la gravedad casi religiosa de los ritos
cívicos de aquella jornada.
Después, el paso del tiempo fue banalizando el simbolismo de la enseña
patria. Sin embargo, en los últimos años, hemos visto cómo ha cobrado fuerza
la Bandera en las fechas patrias. Viviendas, comercios, autos, solapas y
manos infantiles expresan un sentimiento que parecía obliterado, reducido a
una vergonzante marginalidad.
¿A qué se debe? Acaso a la vocación de ser parte de un pueblo que, a pesar
de los contrastes y tropiezos, quiere seguir adelante. Tal vez a un sentido
de pertenencia que se acentúa con otros aportes: una competencia deportiva,
una música entrañable, un logro común... Sea como sea, hoy la Bandera ha
vuelto por sus fueros.
Está bien que así sea. En Suiza, donde viví varios años, la cruz helvética
era una presencia cotidiana. En Estados Unidos es habitual ver casas
particulares con el jardín presidido por las barras y las estrellas. En
realidad, la proliferación de nuestro símbolo patrio tiene en nuestro país
un antecedente cercano: en la Patagonia, las estancias definen su casco con
un alto mástil que deja ver desde lejos que esos pobladores son argentinos y
quieren manifestarlo. Yo no sé si pensé todo esto cuando me topé con mi
Bandera en una ciudad del Viejo Continente. Probablemente no. Pero sin duda,
en ese instante pasó por mi espíritu una corriente tumultuosa de hombres y
mujeres que venían desde el fondo de la historia y me infundían algo que no
puedo definir pero sentí claramente, como una vibración profunda. No me
pidan que lo diga mejor, no puedo. Lo más que puedo contar es que sentí algo
así como un orgullo de ser argentino y una presencia poderosa que me
acompañaba en mi soledad. Nada más ni nada menos. Y atrás, el celeste y
blanco.
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Una intensa vida privada - Investigaciones recientes iluminan las facetas
más íntimas del prócer.
Lucía Gálvez
Historiadora
Uno de los rasgos del creador de nuestra Bandera era su indudable altruismo,
que él resumía con sencillez en el deseo de "ser útil a mis paisanos". Tanto
en lo público como en lo privado fue consecuente con los valores que
inculcaba a sus compatriotas: "Justicia, buena fe, decencia, beneficencia,
espíritu..."
Hubo muchos sacerdotes en esta familia, próspera y trabajadora, de padre
genovés y madre porteña de origen santiagueño; lo curioso es que uno de
ellos fue su propio bisabuelo, quien entró en el seminario después de la
muerte de su mujer. También un tío abuelo, un tío materno y su propio
hermano Estanislao Domingo pertenecieron al clero. Domingo Belgrano y su
mujer, Josefa González Casero, tuvieron dieciséis hijos, de los cuales doce
sobrevivieron.
La fe cristiana y la devoción a la Virgen María de Manuel Belgrano son tan
conocidas como casi ignorada su pertenencia a logias de tipo masónico, como
la que dio origen a la Sociedad de los Siete o la del Ejército del Norte.
Como otros próceres, utilizó ese tipo de organización para sus patrióticos
objetivos.
La salud de Belgrano fue precaria desde que volvió de España, donde, al
parecer, había contraído sífilis. Su intensa sensibilidad acentuaba sus
padecimientos. Mitre afirmaba que sus enfermedades "eran del cuerpo y del
espíritu". En vísperas de la Batalla de Salta tuvo vómitos de sangre y de
1813 a 1815 sufrió de paludismo.
Al llegar de España, en 1802, conoció a María Josefa Ezcurra y ambos se
enamoraron. El padre de la niña tenía sin embargo otros planes, y María
Josefa no tuvo las agallas de Mariquita Sánchez para enfrentarlo. Después de
nueve años de casada con otro, sin haber tenido hijos, el marido,
disconforme con la Revolución de Mayo, volvió a su tierra. María Josefa,
pues, era a los veintisiete años una casada con la libertad de una viuda.
"¡Hoy he conocido la casa chica de Manuel!", cuenta en una carta a su
hermana Encarnación. Cuando Belgrano partió con el Ejército del Norte, María
Josefa tuvo la valentía de seguirlo. Después de un agotador viaje en galera,
llegó a Jujuy, donde su amante estaba organizando el éxodo ordenado desde
Buenos Aires. Al llegar a Tucumán, Belgrano desobedeció al gobierno porteño
y se quedó a enfrentar al enemigo. La victoria del 24 de setiembre de 1812
fue atribuida a la ayuda sobrenatural de la Generala, Virgen de la Merced,
cuyo escapulario llevaban al cuello sus soldados. Cuando en enero de 1813 el
ejército partió hacia Salta, muchas mozas llevaban en sus entrañas la
promesa de nuevos hijos. Uno de ellos sería el del General. María Josefa
resolvió partir a la estancia de unos amigos en Santa Fe, donde podría
mantener en secreto el nacimiento. El parto fue difícil y debieron dar al
niño el "agua del socorro" el mismo 30 de julio de 1813, día de su
nacimiento, recibiendo el nombre de Pedro Pablo. Poco después, Juan Manuel
de Rosas y Encarnación Ezcurra, recién casados, adoptaron al pequeño, que se
crió en sus estancias con el nombre de Pedro Rosas y Belgrano, bajo la
vigilante supervisión de su "tía" María Josefa. Mientras tanto, el padre de
su hijo, a quien no sabemos si volvió a ver (aunque sus casas en Buenos
Aires eran vecinas), asistía al Congreso de Tucumán. El 9 de julio de 1816,
un grupo de americanos tuvo la audacia de proclamar su independencia a pesar
del horizonte cargado de amenazas. Por la noche, gran fiesta. La tradición
dice que ese día brillaba como nunca la belleza de María Dolores Helguero;
que sus ojos negros, su pelo rubio, su fragilidad y su juventud atrajeron a
Belgrano como un imán. Dolores se enamoró del vencedor.
Nadie discute la filiación de Manuela Mónica Belgrano, hija del general y
María Dolores. Belgrano había prometido casamiento a la niña, pero las
obligaciones de la guerra le impidieron llevarlo a cabo, y cuando volvió a
Tucumán "se encontró con lo irremediable: a su novia la habían hecho casar".
Por esta razon el general no pudo ni siquiera reconocer a su hija en su
testamento ni visitar a la pequeña, a la que llamaba su "palomita".
Los dos últimos años fueron amargos. En 1819, cerca de Córdoba, se le
diagnosticó una hidropesía y quisieron acercarlo a la ciudad, pero él se
negó: "Aquí hay una capilla donde se entierran los soldados y también se
puede enterrar a un general". A sus malestares físicos se sumaban los del
alma: le dolía la ingratitud de un pueblo por el cual había sacrificado su
vida.
Belgrano vivía en forma muy espartana y su único lujo era, según su amigo
Balbín, una volanta inglesa de dos ruedas con un caballo. La casa que se
mandó hacer en la Ciudadela tenía techo de paja y por todo mobiliario dos
bancos de madera, una mesa ordinaria y un catre de campaña. Su fiel amigo le
prestó unos pesos para que pudiera volver a morir a Buenos Aires, cuidado
por los suyos. Antes de irse -según relatos familiares- quiso ver por última
vez a su hijita: "La víspera de la partida, postrado en cama como estaba,
hizo que se la llevaran por la noche para acariciarla por última vez." En un
escrito citado por Mitre, Belgrano encomienda a su hermano clérigo "que,
pagadas todas sus deudas, aplicase todo el remanente de sus bienes a favor
de una hija natural llamada Manuela Mónica, de edad de poco más de un año,
que había dejado en Tucumán". La familia Belgrano cumplió con el encargo:
Manuelita vivió con su madre hasta 1825, en que fue llevada a Buenos Aires
para vivir con su tía Juana Belgrano de Chas, que la trató con cariño
dándole una buena educación. Se casó en 1853 con un pariente político,
Manuel Vega Belgra no, y tuvieron tres hijos. Pedro Rosas y Belgrano no
necesitaba protección económica pero su padre quiso que, a su mayoría de
edad, le revelaran su identidad y le dieran algunos objetos suyos. Desde
entonces trabó relación con Manuela Mónica. Convertido en un rico
estanciero, se casó en octubre de 1851, a los 38 años, con Juana Rodríguez.
De este matrimonio nacieron nada menos que dieciséis hijos, de los cuales
sobrevivieron diez.
Manuel Belgrano murió el 20 de junio de 1820, el día más anárquico del
anárquico año 20. El patólogo Sullivan, a cargo de la autopsia, señaló que
le sacó gran cantidad de agua; encontró un tumor en el epigastrio derecho;
el hígado y el bazo aumentados; los riñones desorganizados, los pulmones
colapsados, el corazón hipertrofiado.
Dos franjas
La bandera izada por Belgrano en 1812 fue confeccionada por la rosarina
María Catalina Echavarría de Vidal. Tenía dos paños verticales, uno blanco,
del lado del asta, y el otro celeste.
En los Andes
La bandera que San Martín portaba en el Cruce de los Andes tenía dos franjas
por la escasez de sarga azul. Llevaba un escudo bordado por damas mendocinas
con piedras de sus propias joyas.
Emblema Nacional
Por su carácter emblemático, la Bandera recibe un tratamiento especial. La
de ceremonia debe ubicarse a la derecha del estrado, el abanderado debe
apoyarla en su hombro derecho y sostenerla con la mano derecha. Cuando entra
y cuando se retira, el público la aplaude de pie. La bandera de izar, al ser
arriada no debe tocar el suelo, será recogida sin plegarla y con el Sol
hacia arriba. Siempre debe estar limpia, si es necesario hay que lavarla. Y
cuando llega el momento de renovarla, la vieja bandera se incinera o se
guarda en un cofre.
La bandera a través del tiempo
1812
El 27 de febrero Manuel Belgrano enarbola por primera vez la Bandera
Nacional en las barrancas del Paraná, a la altura de Rosario. El 25 de Mayo,
la tropa del general jura la Bandera en Jujuy.
1816
El 20 de julio, el Congreso reunido en Tucumán reconoce oficialmente a la
Bandera celeste y blanca como distintivo de la nueva nación. Firman:
Francisco N. de Laprida y Juan José Paso.
1818
El 25 de febrero, el Congreso (ya trasladado a Buenos Aires) aprobó como
bandera de guerra la misma que ya se usaba pero con el emblema incaico del
Sol en el centro de la franja blanca.
1835
Dado que celeste era la divisa unitaria, Juan Manuel de Rosas consideró que
los colores celeste y blanco eran producto de una falsa interpretación. El
afirmaba que la bandera era azul oscuro y blanca.
1944
El Ministerio del Interior define la Bandera Oficial: los colores estarán
distribuidos en 3 fajas horizontales de igual tamaño, dos celestes y una
blanca en el medio. En el centro de la faja blanca se reproduce el Sol de la
moneda de oro de 8 escudos, la primera moneda argentina (1813), con 32 rayos
rectos y fulgurantes alternados entre sí. Años después, los colores y pautas
de confección se fijaron por Norma IRAM.--
Alberto González Toro y Laura Vilariño
Junio 2005
Segun Felipe Pigna, Belgrano sufrió de :
cirrosis, blenoragia, mal de chagas y paludismo.
Y es uno de los mas brillantes intelectuales: economista y abogado, con ideas progresistas para esa época oscura de nuestra historia americana.
La leyenda, más que la historia, dice que las últimas palabras del general
Manuel Belgrano fueron "¡Ay, Patria mía!". En una casona cercana al río,
sólo unos pocos rodeaban a ese moribundo que, aquejado por largas
enfermedades, se despedía de la vida en la misma casa de Buenos Aires donde
había nacido cincuenta años antes. Pero ahora también lo había abandonado la
riqueza que rodeó su nacimiento. Pobre, olvidado, Belgrano ignoraba que ese
20 de junio de 1820, la anarquía hacía trizas su sueño de unidad: "El día de
los tres gobernadores" quedó registado en la historia. En medio de la guerra
civil, ¿quién podía pensar en ese héroe que se estaba muriendo?
Atrás quedaban sus estudios en Salamanca y Valladolid, su entusiasmo por la
Revolución Francesa, su pasión por la economía, su improvisada carrera
militar, el izamiento en Rosario de la Bandera celeste y blanca, su proyecto
de una monarquía incaica, su apoyo a la educación como instrumento de
liberación, su sentido visionario de un país no sólo independiente en lo
político sino también en lo económico. A este hombre poco común la historia
oficial no se ha cansado de elogiarlo... por la creación de la Bandera y por
la donación de 40.000 pesos oro para que se construyeran cuatro escuelas.
Economista
"Fue el primer economista que tuvo el país. Desde un principio creyó que la
explotación racional de la tierra y de sus frutos era lo que podía dar
independencia económica a estos pueblos", dice el doctor Aníbal Jorge
Luzuriaga, presidente del Instituto Nacional Belgraniano. "Cuando impulsa la
creación de la Escuela Náutica, Belgrano está pensando en una marina
mercante que debía independizarnos de los barcos extranjeros, españoles y no
españoles, que llegaban a estas tierras. El creía, además, que nuestros
productos debían ser manufacturados en el país; con palabras de hoy,
entendía que tenían que tener valor agregado. Si no hay independencia
económica no puede haber libertad civil".
El historiador Norberto Galasso, que acaba de publicar una biografía del
general Perón, recuerda que Belgrano escribió en 1802: "Todas las naciones
cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus Estados a
manufacturarse. Y todo su empeño es conseguir no darles nuevas formas sino
aun a traer las materias primas del extranjero para elaborarlas y después
venderlas".
Galasso destaca que en el famoso "Plan de Operaciones", el proyecto
revolucionario firmado por Mariano Moreno, también está "la mano" de
Belgrano. Y subraya otro hecho: Belgrano se preocupó por impulsar la
agricultura, y esto no tiene nada que ver con una concepción "oligárquica",
de defensa de los terratenientes. "No hay que olvidar que la agricultura fue
descuidada hasta 1880", precisa Galasso.
Militar
En su autobiografía -en ninguna de sus líneas se refiere a la creación de la
Bandera-, Belgrano cuenta cómo se inició en la vida militar: "Sabida es la
entrada en Buenos Aires del general Beresford, con mil cuatrocientos y
tantos hombres en 1806: hacía diez años que era yo capitán de Milicias
Urbanas, más por capricho que por afición a la milicia: mis primeros ensayos
fueron en esta época. El marqués de Sobremonte, Virrey que entonces era de
las Provincias, días antes de esta desgraciada entrada me llamó para que
formase una compañía de jóvenes del comercio, de caballería, y que al efecto
me daría oficiales veteranos para la instrucción: los busqué, no los
encontré; porque mucho era el odio que había a la milicia en Buenos Aires;
con el cual no se había dejado de dar algunos golpes a los que ejercían la
autoridad, o tal vez a esta misma que manifestaba demasiada debilidad".
Desde las primeras Invasiones Inglesas, Belgrano ya había participado en
acciones militares. En 1811 es enviado por el gobierno a Paraguay, entonces
provincia del Río de la Plata. Con pocos recursos, con escasos hombres,
adquiere experiencia. Los paraguayos tienen 12.000 reclutas y el
conocimiento del terreno. Las fuerzas de Buenos Aires son rechazadas. En su
autobiografía, con un estilo casi novelesco, Belgrano relata las peripecias
de su marcha hacia Asunción: el cruce de ríos desconocidos, animales
salvajes, selva, calor, enfermedades.
Al mando del Ejército del Norte se granjeó la simpatía de San Martín, que lo
consideró un militar de primer nivel. Conoció la gloria de Tucumán y Salta,
y soportó con estoicismo las inapelables derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.
Pero Belgrano no era militar por vocación, y lo expresó muchas veces. Nunca
añoró el alejamiento de las armas.
Político
Durante su estadía en España, se produjo la Revolución Francesa de 1789. Las
ideas de "igualdad, libertad y fraternidad" también impactaron en los
jóvenes intelectuales americanos. Quienes estaban en Europa no eran muchos:
sólo los padres con mucho dinero podían pagar los estudios en Salamanca,
París o Londres. Belgrano era hijo de un padre rico. "La ocupación de mi
padre fue la de comerciante, y como le tocó el tiempo del monopolio,
adquirió riquezas para vivir cómodamente y dar a sus hijos la educación
mejor de aquella época".
En 1794, Belgrano fue nombrado cónsul del reino de España en Buenos Aires.
"Desde allí ya empezó a hacer política -apunta el doctor Luzuriaga-. Sus
compañeros eran hombres dedicados a su trabajo, que era el contrabando,
lícito e ilícito, pero todo estaba hecho en beneficio de la corona y no de
estas tierras sojuzgadas". Galasso cita el contenido de varias cartas de
Belgrano a Moreno, donde ya puede vislumbrarse al patriota que rechaza
cualquier postura conservadora.
Periodista
"Desde la Secretaría del Consulado vio claramente que, si se quería lograr
un progreso moral y material en el futuro, era indispensable difundir los
beneficios de la educación porque ella constituía el verdadero fundamento de
la felicidad pública -escribe Ricardo R. Caillet-Bois en su prólogo al
Epistolario de Belgrano-. El periodismo fue el medio más eficaz para la
propagación de su prédica. Y ''El Correo de Comercio'' es un ejemplo".
Ricardo Rojas sintetizó: "Demoledores nos sobraron: fue arquitectos de la
nueva morada lo que nos faltó. Con diez hombres como Belgrano, la democracia
argentina aparecería en su génesis menos envuelta en sombras de caos y
sangre de tragedias".
El 20 de junio de 1903, sus restos fueron llevados al mausoleo levantado en
el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, en Belgrano y
Defensa, a pocos metros del lugar en que nació. Es posible que hoy, también,
Belgrano dijera: "¡Ay, Patria mía!". A 185 años de su muerte.
La actualidad de su pensamiento
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----
Felipe Pigna
Historiador
La historia otra ha condenado a Manuel Belgrano a no ser. Belgrano no tiene
día en el calendario oficial. El día de su muerte es el Día de la Bandera. Y
ya sabemos de la importancia que el símbolo patrio adquiere entre nosotros
más allá de los festejos deportivos y las declamaciones patrioteras de
ocasión. No nos han enseñado con ejemplos a querer a nuestra Bandera, ha
sido violada y usurpada por los gobiernos genocidas que han hecho abuso de
su uso. Hay que recuperarla para nosotros, y ésa es una tarea imprescindible
pero larga. Mientras tanto, Belgrano sigue sin ser recordado como se merece.
El desprendimiento, el desinterés y la abnegación son virtudes que nuestras
"familias patricias" dicen admirar en los demás pero que no forman parte de
su menú de opciones. Ellas, por su parte, morirán mucho más ricas de lo que
nacieron porque el resto de los argentinos morirá mucho más pobre. Leyes de
las matemáticas, de la suma y de la resta.
Claro que omiten decir que Belgrano nació rico y que invirtió todo su
capital económico y humano en la Revolución. No dicen que Belgrano no se
resignó a morir pobre y reclamó hasta los últimos días de su vida lo que le
correspondía: sus sueldos atrasados, y que se aplicaran a los fines
establecidos los 40.000 pesos oro que había donado para la construcción de
escuelas y que le fueron robados por los perpetradores de la administración
pública.
Manuel Belgrano fue mucho más que el creador de la Bandera. Estamos hablando
de uno de los intelectuales más lúcidos de su tiempo que pudo escribir
párrafos como los que siguen y que mantienen una dolorosa actualidad.
Escribía en "La Gaceta" el 1º de setiembre de 1813: "Se han elevado entre
los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la
tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción
anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a
los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les
sobra. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los
hombres a lo más estrechamente necesario."
En sus "Escritos económicos" hay notables párrafos dedicados a la educación:
"Los niños miran con fastidio las escuelas, es verdad, pero es porque en
ellas no se varía jamás su ocupación; no se trata de otra cosa que de
enseñarles a leer y escribir, pero con un tesón de seis o siete horas al
día, que hacen a los niños detestable la memoria de la escuela, que a no ser
alimentados por la esperanza del domingo, se les haría mucho más aborrecible
este funesto teatro de la opresión de su espíritu inquieto y siempre amigo
de la verdad. ¡Triste y lamentable estado el de nuestra pasada y presente
educación!"
En cuanto a la distribución de la tierra escribía: "Es de necesidad poner
los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se
avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y
esto lo hemos de conseguir si se les dan propiedades que se podría obligar a
la venta de los terrenos, que no se cultivan."
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Un recuerdo en celeste y blanco
Félix Luna
Historiador
Esto me pasó hace años en una ciudad europea, tal vez Roma o París. Iba yo
caminando, un turista más, sin rumbo ni apuro. De pronto vi flameando en un
balcón la Bandera Argentina. Y entonces, recuerdo bien, sentí como un
espaldarazo, más bien un abrazo cálido, algo que me unía poderosamente a
millones de seres humanos que, ellos también, sentían por ese trapo lo mismo
que sentí yo: una adhesión, una devoción, una honda reverencia, la sensación
de que formaba parte de una moción colectiva tal vez distante pero real y
caudalosa.
Resultó ser una embajada o consulado, una prosaica repartición instalada en
el exterior. Nada para emocionar a nadie. Y sin embargo, la visión de aquel
signo nacional plantado en una ciudad extraña me produjo esa sensación que
me remitía a los actos escolares de mis años chicos o a aquellos días cuando
mi madre hacía colocar en el balcón de mi casa, no sin solemnidad, "la
enseña que Belgrano nos legó..."
En su libro "Mis Montañas", Joaquín V. González cuenta lo que era y cómo se
honraba el 25 de Mayo en un pueblito riojano a mediados del siglo XIX.
Después de las guerras civiles, en plena organización nacional, aquellos
argentinos necesitaban identificarse como tales. La Bandera era uno de esos
aglutinantes emocionales, de ahí la gravedad casi religiosa de los ritos
cívicos de aquella jornada.
Después, el paso del tiempo fue banalizando el simbolismo de la enseña
patria. Sin embargo, en los últimos años, hemos visto cómo ha cobrado fuerza
la Bandera en las fechas patrias. Viviendas, comercios, autos, solapas y
manos infantiles expresan un sentimiento que parecía obliterado, reducido a
una vergonzante marginalidad.
¿A qué se debe? Acaso a la vocación de ser parte de un pueblo que, a pesar
de los contrastes y tropiezos, quiere seguir adelante. Tal vez a un sentido
de pertenencia que se acentúa con otros aportes: una competencia deportiva,
una música entrañable, un logro común... Sea como sea, hoy la Bandera ha
vuelto por sus fueros.
Está bien que así sea. En Suiza, donde viví varios años, la cruz helvética
era una presencia cotidiana. En Estados Unidos es habitual ver casas
particulares con el jardín presidido por las barras y las estrellas. En
realidad, la proliferación de nuestro símbolo patrio tiene en nuestro país
un antecedente cercano: en la Patagonia, las estancias definen su casco con
un alto mástil que deja ver desde lejos que esos pobladores son argentinos y
quieren manifestarlo. Yo no sé si pensé todo esto cuando me topé con mi
Bandera en una ciudad del Viejo Continente. Probablemente no. Pero sin duda,
en ese instante pasó por mi espíritu una corriente tumultuosa de hombres y
mujeres que venían desde el fondo de la historia y me infundían algo que no
puedo definir pero sentí claramente, como una vibración profunda. No me
pidan que lo diga mejor, no puedo. Lo más que puedo contar es que sentí algo
así como un orgullo de ser argentino y una presencia poderosa que me
acompañaba en mi soledad. Nada más ni nada menos. Y atrás, el celeste y
blanco.
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Una intensa vida privada - Investigaciones recientes iluminan las facetas
más íntimas del prócer.
Lucía Gálvez
Historiadora
Uno de los rasgos del creador de nuestra Bandera era su indudable altruismo,
que él resumía con sencillez en el deseo de "ser útil a mis paisanos". Tanto
en lo público como en lo privado fue consecuente con los valores que
inculcaba a sus compatriotas: "Justicia, buena fe, decencia, beneficencia,
espíritu..."
Hubo muchos sacerdotes en esta familia, próspera y trabajadora, de padre
genovés y madre porteña de origen santiagueño; lo curioso es que uno de
ellos fue su propio bisabuelo, quien entró en el seminario después de la
muerte de su mujer. También un tío abuelo, un tío materno y su propio
hermano Estanislao Domingo pertenecieron al clero. Domingo Belgrano y su
mujer, Josefa González Casero, tuvieron dieciséis hijos, de los cuales doce
sobrevivieron.
La fe cristiana y la devoción a la Virgen María de Manuel Belgrano son tan
conocidas como casi ignorada su pertenencia a logias de tipo masónico, como
la que dio origen a la Sociedad de los Siete o la del Ejército del Norte.
Como otros próceres, utilizó ese tipo de organización para sus patrióticos
objetivos.
La salud de Belgrano fue precaria desde que volvió de España, donde, al
parecer, había contraído sífilis. Su intensa sensibilidad acentuaba sus
padecimientos. Mitre afirmaba que sus enfermedades "eran del cuerpo y del
espíritu". En vísperas de la Batalla de Salta tuvo vómitos de sangre y de
1813 a 1815 sufrió de paludismo.
Al llegar de España, en 1802, conoció a María Josefa Ezcurra y ambos se
enamoraron. El padre de la niña tenía sin embargo otros planes, y María
Josefa no tuvo las agallas de Mariquita Sánchez para enfrentarlo. Después de
nueve años de casada con otro, sin haber tenido hijos, el marido,
disconforme con la Revolución de Mayo, volvió a su tierra. María Josefa,
pues, era a los veintisiete años una casada con la libertad de una viuda.
"¡Hoy he conocido la casa chica de Manuel!", cuenta en una carta a su
hermana Encarnación. Cuando Belgrano partió con el Ejército del Norte, María
Josefa tuvo la valentía de seguirlo. Después de un agotador viaje en galera,
llegó a Jujuy, donde su amante estaba organizando el éxodo ordenado desde
Buenos Aires. Al llegar a Tucumán, Belgrano desobedeció al gobierno porteño
y se quedó a enfrentar al enemigo. La victoria del 24 de setiembre de 1812
fue atribuida a la ayuda sobrenatural de la Generala, Virgen de la Merced,
cuyo escapulario llevaban al cuello sus soldados. Cuando en enero de 1813 el
ejército partió hacia Salta, muchas mozas llevaban en sus entrañas la
promesa de nuevos hijos. Uno de ellos sería el del General. María Josefa
resolvió partir a la estancia de unos amigos en Santa Fe, donde podría
mantener en secreto el nacimiento. El parto fue difícil y debieron dar al
niño el "agua del socorro" el mismo 30 de julio de 1813, día de su
nacimiento, recibiendo el nombre de Pedro Pablo. Poco después, Juan Manuel
de Rosas y Encarnación Ezcurra, recién casados, adoptaron al pequeño, que se
crió en sus estancias con el nombre de Pedro Rosas y Belgrano, bajo la
vigilante supervisión de su "tía" María Josefa. Mientras tanto, el padre de
su hijo, a quien no sabemos si volvió a ver (aunque sus casas en Buenos
Aires eran vecinas), asistía al Congreso de Tucumán. El 9 de julio de 1816,
un grupo de americanos tuvo la audacia de proclamar su independencia a pesar
del horizonte cargado de amenazas. Por la noche, gran fiesta. La tradición
dice que ese día brillaba como nunca la belleza de María Dolores Helguero;
que sus ojos negros, su pelo rubio, su fragilidad y su juventud atrajeron a
Belgrano como un imán. Dolores se enamoró del vencedor.
Nadie discute la filiación de Manuela Mónica Belgrano, hija del general y
María Dolores. Belgrano había prometido casamiento a la niña, pero las
obligaciones de la guerra le impidieron llevarlo a cabo, y cuando volvió a
Tucumán "se encontró con lo irremediable: a su novia la habían hecho casar".
Por esta razon el general no pudo ni siquiera reconocer a su hija en su
testamento ni visitar a la pequeña, a la que llamaba su "palomita".
Los dos últimos años fueron amargos. En 1819, cerca de Córdoba, se le
diagnosticó una hidropesía y quisieron acercarlo a la ciudad, pero él se
negó: "Aquí hay una capilla donde se entierran los soldados y también se
puede enterrar a un general". A sus malestares físicos se sumaban los del
alma: le dolía la ingratitud de un pueblo por el cual había sacrificado su
vida.
Belgrano vivía en forma muy espartana y su único lujo era, según su amigo
Balbín, una volanta inglesa de dos ruedas con un caballo. La casa que se
mandó hacer en la Ciudadela tenía techo de paja y por todo mobiliario dos
bancos de madera, una mesa ordinaria y un catre de campaña. Su fiel amigo le
prestó unos pesos para que pudiera volver a morir a Buenos Aires, cuidado
por los suyos. Antes de irse -según relatos familiares- quiso ver por última
vez a su hijita: "La víspera de la partida, postrado en cama como estaba,
hizo que se la llevaran por la noche para acariciarla por última vez." En un
escrito citado por Mitre, Belgrano encomienda a su hermano clérigo "que,
pagadas todas sus deudas, aplicase todo el remanente de sus bienes a favor
de una hija natural llamada Manuela Mónica, de edad de poco más de un año,
que había dejado en Tucumán". La familia Belgrano cumplió con el encargo:
Manuelita vivió con su madre hasta 1825, en que fue llevada a Buenos Aires
para vivir con su tía Juana Belgrano de Chas, que la trató con cariño
dándole una buena educación. Se casó en 1853 con un pariente político,
Manuel Vega Belgra no, y tuvieron tres hijos. Pedro Rosas y Belgrano no
necesitaba protección económica pero su padre quiso que, a su mayoría de
edad, le revelaran su identidad y le dieran algunos objetos suyos. Desde
entonces trabó relación con Manuela Mónica. Convertido en un rico
estanciero, se casó en octubre de 1851, a los 38 años, con Juana Rodríguez.
De este matrimonio nacieron nada menos que dieciséis hijos, de los cuales
sobrevivieron diez.
Manuel Belgrano murió el 20 de junio de 1820, el día más anárquico del
anárquico año 20. El patólogo Sullivan, a cargo de la autopsia, señaló que
le sacó gran cantidad de agua; encontró un tumor en el epigastrio derecho;
el hígado y el bazo aumentados; los riñones desorganizados, los pulmones
colapsados, el corazón hipertrofiado.
Dos franjas
La bandera izada por Belgrano en 1812 fue confeccionada por la rosarina
María Catalina Echavarría de Vidal. Tenía dos paños verticales, uno blanco,
del lado del asta, y el otro celeste.
En los Andes
La bandera que San Martín portaba en el Cruce de los Andes tenía dos franjas
por la escasez de sarga azul. Llevaba un escudo bordado por damas mendocinas
con piedras de sus propias joyas.
Emblema Nacional
Por su carácter emblemático, la Bandera recibe un tratamiento especial. La
de ceremonia debe ubicarse a la derecha del estrado, el abanderado debe
apoyarla en su hombro derecho y sostenerla con la mano derecha. Cuando entra
y cuando se retira, el público la aplaude de pie. La bandera de izar, al ser
arriada no debe tocar el suelo, será recogida sin plegarla y con el Sol
hacia arriba. Siempre debe estar limpia, si es necesario hay que lavarla. Y
cuando llega el momento de renovarla, la vieja bandera se incinera o se
guarda en un cofre.
La bandera a través del tiempo
1812
El 27 de febrero Manuel Belgrano enarbola por primera vez la Bandera
Nacional en las barrancas del Paraná, a la altura de Rosario. El 25 de Mayo,
la tropa del general jura la Bandera en Jujuy.
1816
El 20 de julio, el Congreso reunido en Tucumán reconoce oficialmente a la
Bandera celeste y blanca como distintivo de la nueva nación. Firman:
Francisco N. de Laprida y Juan José Paso.
1818
El 25 de febrero, el Congreso (ya trasladado a Buenos Aires) aprobó como
bandera de guerra la misma que ya se usaba pero con el emblema incaico del
Sol en el centro de la franja blanca.
1835
Dado que celeste era la divisa unitaria, Juan Manuel de Rosas consideró que
los colores celeste y blanco eran producto de una falsa interpretación. El
afirmaba que la bandera era azul oscuro y blanca.
1944
El Ministerio del Interior define la Bandera Oficial: los colores estarán
distribuidos en 3 fajas horizontales de igual tamaño, dos celestes y una
blanca en el medio. En el centro de la faja blanca se reproduce el Sol de la
moneda de oro de 8 escudos, la primera moneda argentina (1813), con 32 rayos
rectos y fulgurantes alternados entre sí. Años después, los colores y pautas
de confección se fijaron por Norma IRAM.--
Alberto González Toro y Laura Vilariño
Junio 2005
Segun Felipe Pigna, Belgrano sufrió de :
cirrosis, blenoragia, mal de chagas y paludismo.
Y es uno de los mas brillantes intelectuales: economista y abogado, con ideas progresistas para esa época oscura de nuestra historia americana.
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algien -